En la maravillosa novela Cartas abiertas que acaba de publicar Juan Esteban Constaín se narra la vida de Marcelino Quijano y Quadra, un tahúr profesional nacido en Popayán y formado en un internado de jesuitas en Pasto, en donde aprendió algo de latín y menos de griego, quien, luego de pasar una temporada corta en Bogotá en donde trabajó con un tío en un periódico, se traslada a Buenos Aires en la que es mucho lo que prospera sin que nadie supiera cómo.
En la ciudad porteña conoce a la señora Karina Garabundo, ya entrada en años, con quien se dedica al oficio de abrir y leer cartas ajenas, con la complicidad de un cartero que funciona a base de estímulos. En esa actividad se enteran de los problemas, las tristezas, las angustias y desventuras de la gente a través de la correspondencia, y tratan de enderezar su suerte y su destino buscándole solución que era el único motivo de felicidad en la vida y lo único que atizaba las ganas de vivir de Karina Garabundo.
De Argentina sale para Europa Marcelino Quijano y Quadra, luego de la muerte de su amiga Garabundo a quien declaró heredero universal con tal de que continuara con la misma actividad y práctica que los unía. En el barco conoce a Gabrielle Luchaire, la hija del cónsul de Francia en Buenos Aires que acababa de fallecer, con quien termina casándose y fijando su residencia en Viena. Agobiados por lo intenso de la vida social en Viena y con el fin de buscar tranquilidad terminan refugiándose en Piedras de Fuego, una pequeña población junto al Adriático, en una casa que Marcelino Quijano le había ganado a un conde ingles en un juego de naipes.
Luego de participar en diferentes aventuras y peripecias con un grupo de amigos que conoce en una posada, uno de los cuales era actor quien, por su enorme parecido, se hace pasar por Hitler. Marcelino Quijano termina detenido por los Nazis acusado de judío y fue liberado gracias a la intervención del impostor de Hitler. Ya en Piedras de Fuego, Marcelino Quijano, cuya especialidad era el juego de naipes e inventar ficciones como las cartas falsas de apoyo que le había hecho llegar al dictador de Rumania Ceausescu, es visitado por el embajador de Bélgica en Colombia, Guillermo Santaya, para que le ayude a encontrar solución al conflicto que se había suscitado entre el Reino de Bélgica y el Estado Soberano de Boyacá, que le había declarado la guerra en agosto de 1867.
El embajador Santaya tenía vía libre para entrar a los archivos diplomáticos en Bruselas y dejar allí, en la “C” de Colombia, esa carta en la que José Milagros Gutiérrez Fonseka, presidente del Estado Soberano de Boyacá, le declaraba la guerra al Reino de Bélgica. Todo lo que tenía que hacer -porque esa declaración nunca le llegó a su destinatario-, era dejar la carta que Bernad Blot había confeccionado con maestría.
Al regresar a Bogotá el embajador Santaya comienza a recibir instrucciones de su gobierno para firmar la paz y cerrar el ciclo de 120 años de hostilidades aparentes con Colombia, como en efecto ocurrió en 1988 en la ciudad de Tunja.