En esta vida, apreciado Gustavo, me ha agarrado la noche en cañadas bien oscuras. Pocos pueden darse el lujo de contar el cuento de sobrevivir 11 años a una maldición puesta por una bruja de la Presidencia de la República y mi sanadora, cuando lo descubrió por casualidad, mirando el aura contra un espejo, lo primero que me dijo fue: “no entiendo cómo no te pegaste un tiro”. Y si no hubiera sido por la Virgen, unos días después, al despuntar el año 98, no hubiera resistido a tres disparos que me hizo la guerrilla del EPL, cuando retrocedí mi campero y me volé de la pesca milagrosa, que habían inaugurado por esos días las Farc de Romaña con mi compañero de La U., José Iván Matallana, por los Llanos Orientales y que siguieron con cuatro compañeros de Indupalma, en Curumaní, Cesar, y con mi cuñada, Ana Cecilia Hoyos, por Irra, Risaralda, a quien fusilaron por la espalda esos miserables, repitiendo lo que hicieron días antes con el senador Ancízar López, padre de otro compañero de la U.
Ese mismo día asesinaron a cuatro “desobedientes” que hicieron caso omiso de la orden de pare de esa cuadrilla en carretera que conducía a San Alberto, donde antes de la llegada de Álvaro Uribe al poder las distancias se contaban no en kilómetros, sino en retenes ilegales. Probablemente no lo recuerdes, por alergia al ex; ni lo recordará nuestro profesor de economía en comunicación social de la Javeriana, Miguel Ramón, quien en clase solía despotricar de la “oligarquía” y quien tuvo a bien rajarme en la materia, quizás por enterarse de que yo trabajaba con Álvaro Gómez Hurtado en El Siglo. Cosas de la vida, Gustavo. Y pensar que tú fuiste voz estrella de la HJCK, emisora cultural por excelencia, donde seguramente la expresión “miserable” jamás salió al aire y cuyo origen etimológico procede del latín “miserabilis” derivada de “miser” con el significado de desgraciado, pero en la calle el término se usa para calificar a un ser humano despreciable.
A mí me ha llamado de todo, Gustavo. En un cartel puesto sobre el pecho de un colega, a quien asesinaron y confundió conmigo el EPL, escribieron “Para Hijueputa” -porque les dio la gana- el día de las velitas del año 98 en la ruta a Bucaramanga, y el sindicato de la empresa me declaró en asamblea “persona no grata” (a un antecesor, a quien le habían extendido la misma declaración, lo asesinaron) por aplicar frente a sus directivas un reglamento de permisos sindicales que redactamos con el jurista Julio Cesar Carrillo y nos tocó recurrir a los servicios del penalista javeriano, Dr. Julio Sampedro, para liberarnos del carcelazo.
Ese sindicato fue el protagonista central de la quiebra de la empresa y una de sus proezas fue, aliado con el M-19, secuestrar al gerente, Hugo Ferreira, en el 77 y a cambio de su vida hubo que meter a la nómina, en una cañada oscura, a mil trabajadores externos, Gustavo, en una época escabrosa, en que los ánimos también estaban polarizados...