PÁGINAS
De las victorias pírricas
Luego de la batalla de Heraclea (280 a.C.), en la cual el rey de Epiro, Pirro, derrotó a los romanos con gran costo para sus propias tropas y, mientras buscaba recuperarse en Sicilia, exclamó: “Si consigo otra victoria como ésta, estoy perdido”. Es la razón por la que a ese tipo de triunfos, con daño similar para ganadores y perdedores, se les denomina “victorias pírricas”.
Ese fantasma ronda por la casona de la U, pués, algunos de sus senadores, como los elefantes de Pirro, arrasaron con las huestes adversarias y alcanzaron votaciones inusitadas, muy distantes de los resultados en el cuatrienio anterior. (Así sucedió para Cámara de Representantes en Córdoba y Sucre). Hoy todos los entes de control, que se hacen de la vista gorda durante las campañas, ponen sus ojos en los gastos y buscan explicación de los extraños y numerosos votos en departamentos sin vinculación alguna con los favorecidos, quienes no se distinguen por la elocuencia, por sus programas o propuestas. Tampoco por su capacidad legislativa. Ese fenómeno, que crece y perfecciona sus indecorosos ofrecimientos en cada elección, se ha salido de madre y ha exacerbado el cansancio y el desprecio por la política tradicional. Los partidos solo hacen cuentas de las curules obtenidas, sin ver el peligro para el sistema democrático, carcomido por tales prácticas. Las colectividades políticas ya no son los voceros de los anhelos ciudadanos, ni el vínculo de la comunidad con el Estado. Apenas son tramitadores de favores oficiales y buscadores de burocracia para sus afiliados más ansiosos.
Parece, además, que todo el aparato oficial fuera cómplice. Hay aspirantes que, mucho antes de las fechas permitidas, gastan sumas inmensas en publicidad, transportan sus “tulas” por toda la geografía comicial, van repartiendo dádivas como cuota inicial del tráfico de votos y financian cuanto evento los muestre como generosos y desprendidos. Y lo hacen a la luz pública, en un exhibicionismo grosero. Ningún organismo ha sido capaz de censurarlos oportunamente. La puja por “votos al por mayor” es tan ignominiosa como la subasta de esclavos en la Cartagena colonial. Se ha perdido la elegancia en la política. Los altos valores de siempre, la ideología, la Doctrina, no tienen quien los defienda y los principales actores los ignoran. El arte de conducir los pueblos al bienestar, la hermosa tarea de la política, se ha desnaturalizado y con ello el sentido de la representación popular.
Con toda razón el presidente Santos, al día siguiente de las elecciones, insistió en su propuesta de acabar con la circunscripción para Senadoy, al fin, otras voces han reconocido que esa es la causa principal de la degradación de la política colombiana. Muchos departamentos se quedaron sin senadores. Entre ellos, La Guajira, con tremendo acervo etno-cultural y riqueza minera. Hizo crisis esa figura extraña al origen del Congreso. Su eliminación, en la cual tanto hemos insistido, es el camino para lograr una democracia de ciudadanos.