El poder y la gloria
Admirable el culto que los norteamericanos le rinden a la Constitución de Filadelfia y a los Padres Fundadores, pares en el Olimpo, de Solón y Clístenes, los reformadores de la democracia griega. Se les rinde homenaje permanente en la Galería Nacional de Washington porque las cláusulas por ellos redactadas han permitido construir el hermoso “sueño americano”. Así se evidencia en la posesión solemne de sus Presidentes. Obama caminaba por la Avenida de la Constitución con la mirada puesta en el horizonte de su pueblo, la más grande de las aventuras humanas, a decir de Paul Johnson.
El poder democrático obtenido tiene un fundamento esencial: la fe en el ciudadano. Allí radica la fuerza moral de la democracia más lograda de nuestro tiempo. La ciudadanía de los Estados Unidos, nación de inmigrantes, suelo de libertad, impulsada por el espíritu de Martin Luther King, pone al frente del país más poderoso de la Tierra a un hombre de color, descendiente de esclavos y abogado de Harvard, en una hazaña fabulosa de la igualdad de oportunidades.
Sigue caminando Obama por la alameda del futuro, acompañado de Washington, de Lincoln, de F. D. Roosvelt, de Eisenhower, de Kennedy, de Reagan, de Clinton. Pero también de Pericles, de los Orleans en Francia y los Saboya, en Italia, de Churchill, de De Gaulle. Todos ellos hicieron imposible la tiranía en el suelo de sus patrias.
“Apoyamos democracias en todos lados, de Asia a África,
de las Américas a Oriente Próximo, pues así nos inspiran
nuestros intereses y nuestra conciencia para obrar a favor
de quienes anhelan ser libres”.
“Llegó el momento de reafirmar nuestra fortaleza de carácter,
de elegir la mejor parte de nuestra historia,
de apelar a nuestras virtudes, a esta noble idea transmitida
de generación en generación: la promesa dada por Dios
de que todos somos iguales, todos somos libres…”
Estas palabras en el siglo XXI son de la misma esencia que las de Pericles hace dos mil cuatrocientos cincuenta años:
“Nuestro Gobierno no pretende imitar al de nuestros vecinos;
somos, muy al contrario, un ejemplo para ellos. Porque si bien
es verdad que formamos una democracia, por estar la administración
en las manos de muchos y no de unos cuantos…
nuestra ley establece igual justicia para todos…”
“No hay privilegios en nuestra vida política ni en nuestras relaciones
privadas; tenemos además en gran estima a los que han sido elegidos
para proteger a los débiles...”. “Miramos al que rehúye
el ocuparse de política, no como una persona indiferente,
sino como un ciudadano peligroso…”
Esas ideas perennes identifican al hombre libre en todas las edades. Para que esa historia se prolongue en la nave de la Tierra se debe afrontar el cambio climático y derrotar la inequidad en las sociedades, los Estados y los pueblos.