PÁGINAS
El Estado atrapado
La Democracia, el sistema de Gobierno más joven de la historia, sigue presentando grietas y debilidades que han dado lugar a reflexiones sobre su incierto futuro. Lo que llama Bardoni la “crisis de la modernidad” tiene origen esencial en una economía que no ha logrado superar los desajustes que surgieron luego del estallido del mundo financiero (2009). En ese momento el Estado fue el salvavidas pródigo para conjurar la inadvertida debacle de la economía en la que reinaba la especulación con dinero virtual. Era el baile irresponsable del neoliberalismo en todo su esplendor. El capitalismo salvaje tomaba, en la práctica, las grandes decisiones de los gobiernos de todos los continentes y tendencias y consideraba que el Estado sobraba y había que debilitarlo. Y así lo consignaron en los mandamientos del “Consenso de Washington”. Pero, como nunca arriesgan su propio capital, pusieron el sombrero para que el Tesoro Público corriera en su auxilio. Era inevitable, pues la crisis llegaba a los de abajo y ya “los indignados” estaban en las calles de París, de Madrid y en el Parque de Wall Street. La clase media se empobreció y sus reclamos estremecieron a los gobiernos democráticos. No pocos líderes, de todas las esquinas políticas, supieron del dolor de la derrota. El rescate del Estado y algunos cambios en las cumbres crearon una nueva esperanza.
Las regulaciones prometidas para evitar la repetición de los abusos fueron olvidadas. La gran banca mundial casi nada ha devuelto a los fondos públicos y ahora “los países afectados están demasiado endeudados y carecen de la fortaleza para invertir. Lo único que pueden hacer es aplicar recortes aleatorios que redundan en un agravamiento de la recesión, en vez de mitigar los efectos de esta en los ciudadanos”. Por eso el creciente desempleo y el consecuente descontento con los gobiernos.
Como lo señala la edición 1779 de Semana, está libre el camino para las alternativas populistas, autoritarias y nacionalistas. Es un fenómeno que va desde la vieja Europa hasta la joven nación americana. Realmente, si al desempleo se le suman los inmigrantes, el terrorismo y la debilidad e impotencia del Estado nacional, el sueño de las soluciones se convierte en pesadilla. Ese es el trompo que está bailando hoy en la uña de la Democracia. Sin embargo, una de las singularidades de esta etapa es que la ciudadanía se ha tornado activa y ha dejado atrás la etapa de “baja intensidad” que le había permitido al capitalismo capturar la Democracia, como lo hemos sostenido en esta columna. Ahora, es posible que los gobiernos, ante el beligerante clamor colectivo, atiendan prioritariamente los intereses generales y se sacudan del dominio del mundo financiero. Es cierto, también, que como los problemas se incubaron en la globalización la terapia tiene que ser de la misma dimensión. De ahí la impotencia que ha derivado en la desconfianza y el pesimismo de la sociedad contemporánea.
Finalmente, el reciente libro de Bauman y Bardoni, Estado de Crisis, analiza las particularidades del actual Estado democrático y pone de presente las arriesgadas apuestas económicas que lo han atrapado, y sus repercusiones en la opinión ciudadana. A los gobernantes les conviene leerlo.