PÁGINAS
¿“Sabrá la democracia enfrentar la democracia”?
En la reciente contienda electoral se ha destacado justamente el voto ciudadano en Bogotá, Bucaramanga, Cali, Valledupar, Santa Marta, Departamento de Sucre… También, importantes columnistas, han descrito el mercado persa en el que se han convertido las elecciones en Colombia. El dinero, de todos los orígenes, determina la adhesión de los electores a las jefaturas políticas, a las candidaturas, a las curules. Es más, el perverso fenómeno se realiza a la vista de todos mientras las autoridades se hacen de la vista gorda debido a que muchas de ellas han sido elegidas con los mismos métodos. Por eso, la pérdida de legitimidad fundamental de nuestro sistema democrático se acrecienta peligrosamente. El Gobierno, los organismos de control, las fuerzas políticas, no practican la autocrítica y, después de elecciones, hablan solo de victorias, esta vez tan generalizadas que, por lo mismo, dejan de serlo. ¿”Sabrá la Democracia enfrentar la Democracia”? Es el interrogante que planteó hace años Norberto Bobbio.
La Circunscripción Nacional para Senado de la República y la elección popular de los alcaldes fue el tinglado preciso para que se incrementara lo que he llamado el clientelismo de doble vía: el elector dejó de ser el sujeto pasivo de la compra-venta del voto y exige compensación personal por cada “tarjetón” que introduce en la urna. Evidentemente se valorizó. Y aquí es cuando hay que revisar la financiación electoral.
El exministro Perry Rubio ha propuesto suprimir la financiación privada de las campañas. A primera vista pareciera una solución drástica. Sin embargo, basta repasar nuestra realidad electoral desde el mandato Samper, elegido por el cartel de Cali, hasta la captura de gobiernos locales con la plata paramilitar; desde la confesión pública de Mancuso de haber comprado el 34% del Congreso hasta los alcaldes impuestos por las Farc y los recursos de Chávez para expandir el Socialismo del Siglo XXI y, sin olvidar la reciente “mermelada”. Sí, basta ese repaso para comprender que se vuelve imperativo afrontar el desorden moral en el que se ha precipitado la política colombiana.
Además, los riesgos de la financiación privada, como comprometer el interés público, “privatizar la toma de decisiones por los elegidos”, el oligopolio por prevalencia de los pudientes y la consiguiente inequidad, siempre han sido problemas en las democracias, pero ha predominado la concepción idealista de la libertad y los partidos son reconocidos como los voceros del interés general. Desafortunadamente, la opinión pública no lo ve así en la Colombia de hoy.
Se hace urgente, pues, suprimir la financiación privada de las elecciones para volver al cauce de una democracia respetada. (Claro, habría que reglamentarla cuidadosamente para aminorar la carga del Estado). Los retos que nos plantea el futuro exigen el regreso de nuestros dirigentes al cultivo de las virtudes políticas que han hecho la República. El anhelado escenario de la paz debe ser, ante todo, transparente, limpio, como la política que pidió siempre Álvaro Gómez, en cuyo homenaje protestamos ante la impunidad deliberada que ha protegido, durante 20 años, a sus asesinos.