Carlos Holmes Trujillo | El Nuevo Siglo
Domingo, 24 de Abril de 2016

Insisto en que decida el pueblo

 

CUANDO se trata de asuntos fundamentales, lo único que no debe suceder es que la fatiga se le imponga a la necesidad de insistir en lo que se cree adecuado.

Y en nuestro país no puede ocurrir.

Las señales que se siguen lanzando desde el Gobierno indican que la administración Santos continúa empeñada en un curso de acción inconveniente.

Integrantes de su gabinete repiten de manera sentenciosa que habrá plebiscito, que esa es una posición inmodificable, que no hay otra alternativa, que es lo más fácil, que así cumplirá el Presidente su compromiso de refrendar popularmente el acuerdo, y que los que tienen otras ideas o propuestas es mejor que se olviden de ellas.

Pues hay que decirles a esos voceros que sí hay opciones diferentes, que se trata de la legitimidad popular, la sostenibilidad de lo acordado y la estabilidad institucional futura, que lo que le importa a la Nación no es la facilidad del procedimiento, sino su efecto sobre el aparato institucional, y que es mejor escuchar las sugerencias provenientes de otros sectores del país.

Al fin de cuentas, una de las grandes virtudes de la democracia consiste en que la controversia civilizada conduce, cuando existe voluntad por supuesto, a la identificación del camino más apropiado.

Debe tenerse en cuenta, además, que las conversaciones en La Habana se están celebrando entre un Presidente que tiene hoy uno de las más bajos niveles históricos de apoyo, y una organización terrorista que es rechazada por la casi totalidad de los colombianos, tal y como lo muestran todos los sondeos de opinión.

Esa es una verdad inocultable.

Como si fuera poco, resulta evidente el rechazo mayoritario de la ciudadanía a que los miembros de las Farc culpables de los más graves delitos no paguen ni un solo día de cárcel y a que puedan ser elegidos a cargos de representación popular inmediatamente.

El Jefe del Estado está en la obligación de tener en cuenta estas realidades.

No basta, para continuar obrando con la obstinación que lo distingue, que no es mala en sí misma, pensar y decir que los líderes o los estadistas muchas veces tienen que nadar contra la corriente.

Claro está que eso ha ocurrido y las páginas de la historia dan cuenta de actitudes con dichas  características, que nacen de liderazgos visionarios.

Sin embargo, la Colombia de esta primera parte del siglo XXI reclama a gritos decisiones y actitudes que le den confianza.

Que le permitan tenerla, en el entendido de que si tal cosa sucede y la credibilidad le gana la carrera a la incredulidad y la desconfianza, el país que amamos podrá seguir adelante caminando sobre un terreno sólido.

¿Será posible, en las circunstancias actuales, creer que liderar es imponer, en forma abierta o disfrazada, aquello que el pueblo rechaza mayoritariamente?

¡No es posible!

Lo que debe hacerse es crear las condiciones acudiendo a mecanismos idóneos, para que la ciudadanía salga a la calle, acuda a las urnas y decida acerca de su futuro como Nación.

Tal estado de ánimo colectivo que conduzca a la legitimidad, sostenibilidad y estabilidad  no se consigue con el plebiscito ni inventándose teorías jurídicas que lo que buscan es evitar la refrendación popular de los acuerdos.

La única manera de lograrlo es buscando, con generosidad, un mecanismo apropiado que lo permita.

El camino es el de los acuerdos políticos y de Estado. Antes se hizo con éxito. ¿Cuál es la razón que impide hacerlo ahora?