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Cristianismo y modernidad
En esta Semana Santa conviene traer a colación un asunto insuficientemente difundido en un país culturalmente cristiano como el nuestro. Me refiero al papel que desempeñó el cristianismo en la gestación de la modernidad.
La modernidad suele presentarse como una conquista de la Ilustración que superó el “oscurantismo” de la religión. Pero en su libro How The West Won, Rodney Stark, profesor de ciencias sociales en la Baylor University, sostiene que el progreso de la civilización occidental provino de un sustrato cultural que fue alimentado en buena medida por el cristianismo. La teoría clásica de la secularización daba por sentado que la modernidad iba acompañada de un proceso de deterioro de lo religioso. A medida que una sociedad abrazaba la ciencia, el crecimiento económico, la estabilidad política…, acababa perdiendo el sentido de lo sagrado. De ahí que muchos concluyeron que Europa se hizo moderna cuando se libró de la religión.
Posteriormente las revisiones de dicha teoría mostraron que no tenía por qué haber contraposición entre fe y modernidad. Pero en el imaginario colectivo quedó la idea, alimentada por la Ilustración, de que las creencias religiosas constituían un freno al progreso. Ahora, Stark coloca al revés esta narrativa y afirma que Europa logró hacerse moderna “no a pesar del cristianismo, sino gracias a él”.
Frente al determinismo de otras visiones, la fe judeocristiana proclamó la creencia en un Dios creador de un universo basado en reglas lógicas (el logos), lo que hizo a la ciencia no solo posible sino deseable. Si la modernidad surgió en Occidente fue debido a un trasfondo cultural que combinó “la reserva fundamental del conocimiento científico y de los procedimientos, las poderosas tecnologías, los logros artísticos, las libertades políticas, los acuerdos económicos, las sensibilidades morales y las mejores condiciones de vida que caracterizan a Occidente y que están revolucionando las vidas del resto del mundo”.
En su libro, Stark hace un recorrido por las grandes civilizaciones concluyendo que “la ciencia solo surgió en la Europa cristiana porque solo la Europa medieval creyó que la ciencia era posible y deseable”. En esto coincide con el filósofo suní Ibrahim Al-Buleihi, quien mantiene un discurso muy crítico con la cultura musulmana a la que acusa de ver los asuntos mundanos con una preocupación estrictamente religiosa. En contraste con esta tendencia, y a diferencia también de las explicaciones del taoísmo, el confucionismo o el budismo, Stark recuerda que los pensadores cristianos se interrogaron desde muy pronto por las relaciones entre Dios, el hombre y el mundo. Y el fundamento de esa búsqueda se encuentra “en el compromiso cristiano con la teología”, que no se limitó a reflexionar sobre Dios y su revelación sino que se interesó por toda la realidad.