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Oportunidades de la crisis
La debilidad y torpeza del Gobierno del presidente Maduro disfrazada de caudillismo populista quedó al desnudo con la crisis que desató en la frontera con Colombia. Pretender justificar con una presunta “conspiración paramilitar” desafueros, insultos y flagrantes violaciones a derechos humanos fundamentales de colombianos que han vivido en territorio venezolano, es muestra de una visión deshumanizada por su ideologización probablemente aupada por un sistema de inteligencia arbitrario y errático. Al justificar el cierre de la frontera, como informó la Agencia Venezolana de Noticias, Maduro declaró que su gobierno estaba “luchando contra el paramilitarismo que se ha instalado en el país procedente de Colombia, con ayuda de la ultraderecha nacional e internacional”.
Pero los análisis serios ven en posturas como la anterior el nerviosismo (¿desesperación?) por una popularidad de su gobierno “avanzando” hacia el suelo. Por una inflación galopante. Por la escasez de productos básicos cuya responsabilidad pretende trasladar a otra “conspiración” esta vez de contrabandistas colombianos. Por la economía en imparable decrecimiento. Por la sociedad polarizada y por tasas de homicidio que han aumentado en la última década hasta ser casi las más altas del continente.
Pero ante las desafiantes decisiones de un gobernante de una nación hermana, que cual capitán incompetente de un barco que naufraga lanza gritos e improperios, el Gobierno colombiano -además de no caer en la trampa de responder en los micrófonos de los medios a las provocaciones-, puede aprovechar oportunidades que se suscitan por la crisis partiendo de la base de que las herramientas de la diplomacia que ya empezó a emplear -como la llamada del embajador a consultas y la petición de reunión extraordinaria de cancilleres de Unasur y de la OEA-, son medios que bien manejados coadyuvarían a alcanzar objetivos estratégicos.
Tres serían esos objetivos estratégicos: 1) desarrollar una política social robusta y sostenible a mediano plazo para los colombianos que vuelvan, los cuales probablemente pasarán a decenas de miles en próximos años. Si no se cumplieran las promesas de integración hechas al calor de la crisis, la cuestión se puede tornar en constante fuente de perturbaciones. 2) Reformular la política de seguridad en las fronteras dando prevalencia a la inclusión social y territorial como escudo protector contra la ilegalidad en sus distintas expresiones. 3) Incluir esta crisis en el marco del proceso de negociación con las guerrillas con el fin de que éstas le muestren al país si en su proyecto político pesa más su ideología que se traslapa con la de Maduro o si van tomando distancia para privilegiar su reconciliación con la nación colombiana. Les conviene recordar que “uno acompaña a su amigo hasta las puertas del cementerio pero no se entierra con él”.