Insistir en el desescalamiento
Que el proceso para terminar el conflicto armado interno está empantanado es hoy una realidad inocultable. No es sino interpretar lo que ha venido ocurriendo.
Las Farc obstinadas en sus acciones violentas de alto impacto de opinión con bajo esfuerzo militar, dándole la espalda a la sociedad civil y enviando mensajes solamente al Gobierno para recordarle que, pese a los bombardeos en los que perdieron 41 guerrilleros, no están vencidos. Es decir, para “machacarle” lo que sabe desde que se sentó a negociar la terminación del conflicto.
La oposición de la derecha radicalizada oxigenándose y titulando escritos como el último de Paloma Valencia en este diario: “Se les dijo”. Mientras que, “con bombos y platillos”, su jefe lanza propuestas engañosas que serían viables y pertinentes solo para una organización subversiva que se percibiese vencida y que confiara en un Estado al que han combatido con violencia por poco más de medio siglo. Al mismo tiempo los movimientos pacifistas gritando hasta el cansancio: “Cese del fuego bilateral YA”.
El Presidente, buscando encerrar a las guerrillas en un cerco de opinión internacional donde las opciones son: “se negocia o se negocia”. Pero casi sin terminar de regresar de su periplo europeo se dedica a mantener a las Farc en el centro de la atención pública mediante la recriminación de sus acciones, lo cual sirve más a los argumentos de la oposición que a la debida estrategia gubernamental para cerrar el conflicto. Y para rematar, advierte que “por más actos terroristas que hagan, vamos a continuar buscando la paz, por las buenas o por las malas”.
Y por si todo lo anterior fuera poco, la mesa de La Habana caminando “a paso de tortuga”. No solo porque no ha concluido el tema de víctimas ni abordado de lleno la cuestión de la justicia transicional -que va para largo- sino porque la violencia en el país frena el ritmo de las negociaciones.
En fin, todo indica que la imperiosa necesidad no solo política sino principalmente moral de cerrar el conflicto armado con las guerrillas, está, como se dijo al comienzo, empantanada. Y, lo que es peor, pendiendo de un hilo que bien podemos llamar “dudosa voluntad política de las partes” para sacar adelante el proceso de paz.
Entonces surge el interrogante ¿cómo demostrar que no es dudosa la voluntad política? La respuesta creíble sería insistir en el desescalamiento del conflicto. Aquel que en diciembre pasado empezó a tomarse en serio a partir del desenlace del secuestro del general Alzate y la tregua unilateral de las Farc.
A cambio de que las Farc suspendieran todo atentado que afecte directa e indirectamente a los civiles, el Gobierno podría volver a suspender los bombardeos.