Verdades a medias
Quienes ejercen la comunicación social como profesión lo deben hacer bajo los principios de objetividad, responsabilidad, credibilidad y veracidad informativa; sin embargo, lamentablemente la forma como lo hacen algunos medios de comunicación hablados, secundados por otros medios escritos, esta lejos de ser responsable y objetiva, porque prima la opinión personal y el protagonismo periodístico a costa de la verdad, exagerando los hechos o a base de tergiversaciones y
consideraciones equivocadas. Un supuesto dominio sobre la materia, expresado de manera arrogante, superficial y antipática, creyéndose facultados para pontificar sobre todos los temas por complejos que parezcan, los lleva a fabricar su propia versión, incluso con manifestaciones muchas veces atrevidas, desobligantes e irreverentes.
En ese orden de ideas, es malo quien a ellos se les parezca y solo es válida su versión, la suya, la de nadie mas. Entre tanto, una gran audiencia manipulada cree engañada lo que se le informa.
Es cierto que en Colombia existen altísimos índices de corrupción, de violencia y de maldad, como en otros lugares del mundo, pero si a ello se agrega el propósito morboso de mostrar solamente lo malo, exagerar y desvirtuar la realidad con el afán de ganar audiencia, hacerse célebre y conseguir pauta publicitaria, se le está haciendo un grave daño al país.
Ahora bien, tampoco es sano utilizar los medios de comunicación para desprestigiar políticamente a alguien con base en versiones amañadas y según convenga, como si los medios tuviesen la facultad de juzgar, fallar y castigar de primera mano como lo hacen a diario, desconociendo los derechos fundamentales a la honra y buen nombre, de defensa y al debido proceso.
No es cierto, como dijo un conocido locutor de una cadena radial, que no hay noticias buenas o malas porque "solo son noticias". Claro que sí las hay buenas y malas, con el agravante de que el estilo que se ha impuesto es el de transmitir solo las malas, porque las buenas las omiten o las convierten en malas.
La gran responsabilidad de ejercer la profesión de comunicador en un país como el nuestro y en cualquiera que fuere, pero particularmente en Colombia que se ha desenvuelto por muchos años entre la violencia y la corrupción, debe llevarnos a reflexionar acerca de la necesidad de contribuir a que se conozca la verdad, la verdad verdadera, no la verdad a medias, ni una supuesta realidad de quienes en los noticieros o en los programas de opinión, con sus directores a la cabeza, se sientan a improvisar, posan de sabelotodos y construyen sus propias versiones. Es cuestión de ética no solo de quienes tienen la inmensa responsabilidad de informar, sino de quienes controlan los medios de comunicación social y determinan sus estructuras, sus políticas y sus contenidos.