Subalternos que se creen “jefes”
En casi todos los organismos del Estado quienes ocupan cargos de dirección se echan a cuestas amigos suyos o recomendados políticos a quienes nombran para que atiendan sus compromisos con el público.
Son personas de su confianza; sin embargo, no pasan muchos días cuando afloran su ínfulas de “jefe”; y sin impórtales la falta de similares merecimientos del superior que los nombró, tratan de suplantarlo y hacen en su nombre creyéndose dotados de igual rango y autoridad. Entre tanto, no se dan cuenta que con su ridícula y abusiva conducta desdibujan la imagen de la institución colocándola en alto riesgo con determinaciones que no encajan con su verdadera posición y oficio. Es inaudito que se atrevan a impartir instrucciones e inclusive a decidir en nombre del titular. Por supuesto, anteponiendo sus propios puntos de vista y en la mayoría de los casos sin mediar consulta alguna, dando órdenes en ocasiones hasta de manera intimidatoria al presentarse como allegados a su superior o con influencias ante este, como pretexto para que los demás hagan lo que ellos quieren.
Su afán de figuración es insaciable dada su inmadurez, pues comúnmente son profesionales jóvenes con algo de inteligencia y facilidad de expresión pero sin mayor experiencia. Su gracia está en fastidiar a los demás, especialmente a aquellos con quienes no simpaticen o a los que no comulguen con sus arbitrariedades. Para no hablar de las personas que deben soportarlos sin más alternativa, y resignarse a perder su tiempo reuniéndose con ellos sin resultado alguno, dado que esta clase de individuos se especializan en dar “caramelo”, y si se lo proponen, pueden hasta filtrar la información y engavetar los trámites.
Este fenómeno se presenta a nivel nacional y territorial; en el orden central o descentralizado y naturalmente en política con mayor razón. Se denominan asesores o asistentes, para el caso da igual, y perciben honorarios bajo la modalidad de Prestación de Servicios, con jugosas remuneraciones pero con mínimos deberes y obligaciones. Y claro está, sin atribuciones ni facultades para ejercer el mando ni mucho menos el gasto, pero su apetito de poder los lleva a arrogárselas sin responsabilidad alguna. Actúan según su propia voluntad pero en nombre y por cuenta de su jefe que es quien firma, sin que a ellos les pase nada. Y si son así con su superior, imagínense qué no podrán hacer con sus compañeros de rangos inferiores.
En consecuencia, nada bueno representa para el país que los cargos más importantes terminen en sus manos y peor aún, al capricho de esta clase de personajillos que con su proceder dejan mucho que desear.
Cabe preguntar entonces, ¿dónde están la Dirección de la Función Publica y los organismos de control? ¿Qué hacer con este hegemonía de principitos autocráticos?
Es el momento de recordar a alguien, quien al llegar a una entidad pública y percatarse de una situación semejante, dijo: "Yo no vengo a hablar con los payasos, sino con el dueño del circo".