Los antiguos llamaban a la universidad "Ama Mater". Alma, envuelve la idea sustentadora que es, según los griegos, lo que alimenta, nutre y da vigor. Y eso ha sido y continúa siendo la Universidad La Gran Colombia. Pero este instituto, es diferente a todas las universidades. Demostró que la sabiduría no podía ser privilegio excluyente de los acaudalados, los linajudos y los dueños del poder. Penetró tan hondo en el corazón humano la idea de nuestra universidad, que hoy en el país y en América, multitud de universidades imitaron su ejemplo. Y otra novedad más. La Universidad nos ha inculcado la idea redentora de que no basta ser un profesional bueno. Hay que ser, si se puede y si no se puede también, el mejor profesional del medio. Esto nos lleva al tema de la excelencia académica.
El abogado grancolombiano clase media y popular es el que mira la vida con ojos de propietario. Si no lo ascienden, se asciende sólo. No le teme a la competencia, le teme a no ser competente. Recuerdo, siendo joven, el grito que me lanzó el prestigioso penalista, doctor Ismael de Zubiría: “Usted, Dr. Gómez Aristizábal me tiene miedo”. Yo en el acto le grité: “Si doctor Zubiría, yo le tengo miedo a usted pero por una razón, porque no tengo ojos en las espaldas”. En el ambiente grancolombiano no cabe el conocido episodio en que un abogado le dijo a un tinterillo: “Adiós abogado sin título” y éste le respondió con ironía: “Adiós título sin abogado”. De nosotros no se puede decir que entramos en la universidad, pero que la universidad no entró en nosotros.
Muy rápidamente quiero tocar el dramático tema del desempleo profesional. Colombia tiene 200.000 doctores desempleados. ¿Y qué decir del subempleo?... La actividad informal absorbe al 60% de la población colombiana. Tenemos profesionales de comisionistas, ascensoristas y taxistas. Y éste es un problema del Gobierno, de la Universidad, de la empresa privada y de los colombianos en general. No hay que olvidar esta amarga realidad. Un ser hambreado, arrinconado, humillado y rechazado, no puede pensar con la lógica de los opulentos. Su rabia, su descontento y su miseria son aprovechadas por los agitadores, y revolucionarios de todo pelambre. Los médicos fisiólogos y nutricionistas afirman: “Dime cómo vives, qué necesidades padeces y te diré cómo piensas, cómo sientes y cómo actúas”.
En la tragedia del desempleo tiene que ver el orden público. El huracán del terrorismo produce desplazamientos, tenemos 2 millones; secuestros con 282 hombres de empresa retenidos, fuga de capitales y millares de inversionistas que no se atreven a venir al país.
Por fortuna el principal logro del Gobierno ha sido en este terreno. Nos han parecido injustos los ataques a las medidas antiterroristas, pues no eliminan sino que suspenden transitoriamente algunos derechos ciudadanos.
Desde la época romana existe la figura llamada “Estado de emergencia”. Hoy España, Gran Bretaña y Francia países supercivilizados cuentan con leyes, esas sí de una drasticidad asombrosa contra el terrorismo. EE.UU. es terriblemente severo con el anarquista y con el fundamentalista. En el Cono Sur, tupamaros y montoneros hicieron esta reflexión: “si la democracia permite el derecho a disentir, entonces se prohíbe el delito de conspirar”. Al terrorista no hay que juzgarlo, hay que aplastarlo. Es el legítimo derecho de la sociedad a la supervivencia.