El conflicto violento con las Farc ha terminado. Es una realidad bienvenida a partir de la cual se deben hacer las reflexiones sobre el porvenir. Ya estamos en un año electoral y cunden las incertidumbres y los enardecimientos. Además, hay otra realidad imposible de ignorar: la generalidad de los colombianos desconfía del fin del conflicto. Se argumenta que los subversivos no se sometieron a nuestras instituciones si no que las instituciones se adaptaron a los intereses políticos de las Farc. Se desequilibró el orden jurídico y social sin que se hayan encontrado los nuevos equilibrios.
Bajo la egida del acuerdo habanero, todo dejó de funcionar o funciona de diferente manera. La justicia, porque nace la JEP, con mayor jerarquía y ajena a la rama judicial. El lenguaje de sus creadores: “por aquí tienen que pasar todos”, es el anuncio de la izquierda totalitaria que pretende juzgar a la sociedad toda. Así mismo, el Congreso perdió la iniciativa sobre el Acuerdo Final y aprueba normas proclives a las Farc. También, serán novedosas las elecciones parlamentarias. Habrá 16 circunscripciones especiales, “con voto vigilado”, a las cuales no pueden aspirar los partidos que dejaron de funcionar como vinculo natural entre el pueblo y el Estado. Tampoco funcionó la democracia participativa. Ahora, el pueblo no es el pueblo. El Congreso es el pueblo, dijo la Corte Constitucional. Así, pues, razones sobran para las incertidumbres. El desarme, certificado por la ONU, no contrarresta la negativa a entregar los niños, ni el crecimiento de los cultivos y de la producción de coca. Para colmo, conservar la sigla Farc en el nuevo partido político, es un mensaje ominoso.
Se acaba de saber, por Sergio Jaramillo, que la oposición y el Gobierno estuvieron a pocos pasos de lograr acuerdo luego de la victoria del No. Así debió ser, pero la carrera de alias Iván Márquez y De la Calle para firmar demuestra que se quería dejar de lado a Uribe. Por lo mismo, ese Acuerdo Final se confirmó en el Teatro Colon. Jaramillo atribuye la disensión a que el ex presidente Uribe no podía entregar el botín de su reciente victoria. Pienso, a mi vez, que el Presidente Santos no quería compartir el botín de la paz.
Las anteriores son algunas de las razones por las cuales una mayoría de colombianos no le reconoce a Santos el histórico logro de la paz. Trabajó en ello con tesón y sin desviarse del rumbo trazado con método y cuidado. El Presidente fue inteligente y osado y tendrá reconocimiento más temprano que tarde. Pero, no fue magnánimo. Primero, desconoció al conservatismo y, luego, pretendió usar la bandera de la paz para derrotar a Uribe. Grande y costosa equivocación.
Uribe, por su parte, ensordecido por el rumor de multitudes, no advirtió que los pre-candidatos del Centro Democrático se anclaron en el simple anti-santismo. Que no es una política. Como no lo es el anti-uribismo. Ambos son una obsesión que le hace daño a la salud democrática del país.
Ahora bien, las incertidumbres se combaten con certezas. Con propuestas de esperanzas. Por eso insistimos en la convergencia de la Centro-Derecha colombiana. ¡Urge construirla, desde ahora, con grandeza!.