¿Y ahora a quién vamos a odiar?
EN la historia de la humanidad los odios y los amores han movido los pueblos. En la política siempre se ha dicho que es necesario tener un adversario para tener seguidores. Es famosa la frase que dice el enemigo de mi enemigo es mi amigo.
Durante años los colombianos hemos odiado tanto a la guerrilla que hemos dejado de “odiar” a otros, como los corruptos.
Es tanto el dolor que nos ha causado y tanto el sufrimiento que ha generado, que se ha ganado la mayor antipatía posible y el odio de la enorme mayoría de los colombianos. Por eso mismo, todo el que ha odiado a la guerrilla es querido por el general de la población. Y es ese mismo odio el que nos ha cegado para ver otros enemigos, de pronto más peligrosos. Paradójicamente la guerrilla ha sido la disculpa para no odiar a quienes se han olvidado del país.
Sin pretender defender a la guerrilla -ni mucho menos- hoy cuando avanza el proceso de paz es necesario preguntarse ¿y si la guerrilla se acaba, a quién vamos a odiar?
Podríamos odiar al narcotráfico y su malévola paradoja del dinero fácil. Pero eso no es fácil que suceda. La penetración de este flagelo es de tal magnitud que no resultaría tan popular odiarlo. Su dinero maldito ha penetrado hasta los más inimaginables rincones de la sociedad.
Si ya no está más la guerrilla, los colombianos vamos a odiar la corrupción que nos ha invadido como un cáncer con metástasis en todos lados; vamos a odiar las desigualdades que pretendemos esconder; vamos a odiar los abusos del poder que a diario vemos; y sobre todo vamos a odiar que muchos dirigentes se aprovechen de su condición para sacar provecho a sus propios intereses, pues ellos encarnan todo lo anterior.
En fin, tantas actuaciones abusivas de buena parte de la dirigencia nacional han creado el perfecto caldo de cultivo para que después de odiar a las Farc, la sociedad empiece a odiar a gran parte de la actual dirigencia.
Esa “transmisión del odio” puede ser bien ganada. Por ejemplo, ¿qué pensará un pensionado que tiene que hacer fila desde la madrugada para cobrar una mínima pensión cuando ve a los magistrados del Consejo de la Judicatura armando carruseles de pensiones? O ¿qué sentirá un muchacho que con enorme esfuerzo está tratando de llegar a ser abogado, cuando ve a ciertos magistrados de la Corte Suprema de Justicia armar carruseles de puestos? ¿Alguna vez los congresistas que solo ven por sí mismos, habrán imaginado lo que siente una persona del común al ver sus mezquinas actuaciones?
Muchos dirigentes se han esforzado en crear un perfecto caldo de cultivo para que en una Colombia sin guerrilla, la sociedad empiece a odiar a la actual clase dirigente y de repente decida optar por una opción que como en Venezuela y otros países, deje de lado a la dirigencia tradicional y se apoltrone en el poder.
No habrá más culpables que los mismos dirigentes actuales. No todos, también y por fortuna existen muchos que son honestos, conscientes de las necesidades y preocupaciones de la gente y que quieren cambiar para bien el rumbo del país.
Si no cambiamos ya, al hacer la paz, nos quedaremos sin a quien odiar y odiaremos a la clase dirigente que con su ceguera política ha optado por sus intereses personales antes que los de la Nación y daremos pie para que llegue un “Ortega” al poder.