El fatalismo con el que aceptamos las interminables olas de calor tórrido, los incendios que de Norte a Sur están calcinando España, son la prueba de la resistencia de la ciudadanía a aceptar los sacrificios que conlleva detener el cambio climático. La compulsión por colocar placas solares, hasta encima del gallinero, no es un impulso ecológico es, simplemente, tratar de reducir el insoportable precio de la factura de la luz.
Y es que, no nos engañemos, para frenar el calentamiento global vamos a tener que renunciar a los combustibles fósiles y a otras comodidades que consideramos derechos. Pero, sobre todo, aceptar el coste económico que este cambio representa.
Y, si la ciudadanía tiene que asumir su parte de responsabilidad, que decir de las administraciones públicas. De nada sirve rasgarse las vestiduras, acudir a apoyar a los efectivos de la UME a pie de incendio, cuando no se ha hecho nada por limpiar el monte en invierno que es cuando se debe hacer.
La llamada "España vaciada" está, además, abandonada. Los pinares sin podar, los campos sin cultivo y pasto fácil de incendios pavorosos. Queda muy conmovedor, en campaña electoral, hacerse fotografías con todo lo que tenga cuatro patas, pero la invasión de Ucrania deja a los ganaderos sin pienso para alimentarlos porque en nuestro país ya no se cultiva el cereal.
Igual que se subvenciona de forma indiscriminada (le llega igual al dueño de un Jaguar que al de la furgoneta de reparto) con veinte céntimos la gasolina, cabe preguntarse si no son urgentes y precisas ayudas para la repoblación, no solo forestal, si no de los pueblos abandonados.
Al igual que no se trata de mandar a los niños a mediodía a sus casas porque el calor en las aulas hace imposible las clases en las grandes ciudades. Es mucho más eficaz que los Consejeros de Educación de las Comunidades Autónomas, destinen parte del presupuesto que les transfiere el Estado en acondicionar los centros. Y eso, como limpiar el monte, no es tarea de unos días.
Porque si se puede y se debe hacer algo y además de forma urgente. El calor extremo desde la primavera ha venido para quedarse y el riesgo de desertización es un hecho. La pregunta no es que mundo vamos a dejarles a nuestros hijos, la pregunta es en que mundo están viviendo los niños de ahora. Basta de fatalismos y exijamos soluciones ya.