¿Quién podrá estar de acuerdo en que los autores de crímenes, sean estos atroces o no, pasen por este pícaro mundo sin que se les haya hecho por lo menos una severa recriminación por sus actuaciones? Difícil, salvo los mismos que se han lucido con sus crímenes, que un ciudadano del común puedan tener una respuesta afirmativa a la pregunta. De ahí que las discrepancias entre los negociadores de la paz en La Habana, mejor expresado, lo que se sabe que han negociado o han discutido o han tratado sobre la justicia alternativa, sea objeto de controversias entre los ciudadanos del común como los que nos hemos quedado aquí expectantes de la paz y de todo lo que a ello conduzca. Pero sobre todo lo que deseamos es que haya paz y que éste sea terminante y en lo posible no tenga marcha atrás.
Las características de la guerra de guerrillas que se ha vivido en Colombia es muy “sui generis;” por lo menos la duración de ésta que en tiempo ha sido muy superior, cincuenta años, a la guerra de independencia que duró, abreviando el tema, desde 1810 hasta 1819 cuando se registró la Batalla de Boyacá. Ni que hacer parangón con las bajas que hubo de parte de los patriotas y de los realistas, entre otras razones porque los elementos de exterminio en esa época no admiten comparación con los de ahora. Observado con catalejo histórico lo que en aquella época se pretendió sacudir fue el yugo español. Naturalmente el cambio del sistema del virreinato, con los poderes del rey, por el de un nuevo país con otras reglas de juego no fue fácil y así como la Batalla de Boyacá marcó un hito en el plan de independencia, ésta se obtuvo pero la paz no se consiguió en forma inmediata.
Los guerrilleros han dicho que el objeto de sus aspiraciones no podían ser resueltas por las vías democráticas, tuvieron que ser por lo cual tuvieron que ser puestas de presente por la vía de las armas y por medio de éstas obtener resultados; el sistema no les permitía manifestarse, han dicho. En cincuenta años de lucha hubo muchos muertos y mucha desolación en el país. Nos hemos cansado, tanto los de las Farc como los ciudadanos comunes por lo cual nos hemos reunido en La Habana para hacer las paces, como decíamos en el colegio después de habernos liado a las trompadas. Esta vez no hubo batalla de Boyacá que sellara el triunfo del bien sobre el mal, pero sí la voluntad de no seguir peleando.
Nuevamente tenemos que decir los que hemos sido víctimas de estos cincuenta años de violencia y desmanes, que quienes las realizaron y las patrocinaron todos los desmanes, deben ser juzgados y castigados. Como se trata de hacer las paces, nosotros los amigos de la paz y de la convivencia que a la hora de la verdad somos los ganadores pues obtendremos la paz, no al otro día, desde luego, debemos que ser magnánimos y generosos con quienes habiéndose portado mal han manifestado su deseo de reincorporarse al torrente de la democracia, palabra que me suena como a demagogia. La uso porque no encuentro otra, pero digamos que quieren, también cansados como deben estar de tanto desorden.
Lo cierto es que la caravana por la paz sigue su marcha; además de la mayor parte de los colombianos de bien ahora marchan con ella, además de los poderes ejecutivo y legislativo, el judicial.