Resistirse al Presidente Maduro es tan evidente como descartar de plano el intervencionismo en América Latina.
No conviene a la región causar escaramuzas por cuenta de una infundada acción militar de Washington contra el régimen Maduro en Venezuela.
No es sano agitar el cañaveral del intervencionismo armado para restablecer una democracia, cualquiera sea la situación política y social del país en conflicto.
Naciones Unidas y la OEA deberían fijar sendas posiciones radicales contra el fantasma del intervencionismo extranjero en cualquier nación. Resoluciones en tal sentido enfriarían el enardecido clima político en la región.
Puede caer muy mal el enfoque radical y arbitrario del mandatario Maduro, pero no es para caer en la locura de intervenir con armas para remover al inquilino del Palacio de Miraflores.
América Latina tiene la oportunidad de unirse alrededor del respeto a la soberanía de los pueblos.
Revivir el espectro del intervencionismo militar es despertar un pasado del que ya nadie quiere hablar.
Buscar una salida colectiva a la crisis de Caracas supone el concurso diplomático y de persuasión internacional para que se de la transición hacia la verdadera democracia en Venezuela.
Medidas de presión a través de sanciones que castiguen el accionar político de Maduro, aislándolo y abandonándolo a su suerte, tendrían efectos favorables en procura del tránsito a una autentica democracia.
Lo que no es buen negocio es golpear la economía venezolana, sus negocios, su comercio e inversiones, porque se afecta a sus gentes.
Bloquear al Presidente Maduro donde le duela y lo lastime globalmente tendría más eco que un eventual intervencionismo que no cabe en la cabeza de los sensatos, incluso, de Donald Trump.
Recomiendo conformar una comisión mixta exploratoria de Naciones Unidas y OEA con el fin de agotar escenarios que agilicen la normalización en la vida de los angustiados venezolanos.
Un binomio OEA-Naciones Unidas que ayude a conjurar el drama social de los vecinos, empezando por una salida al derramamiento de sangre y pérdidas de vidas humanas.
Una especie de junta directiva con integrantes, cancilleres y directivos de ambos organismos que sirva de puente en el escabroso camino entre el Gobierno Maduro y la oposición.
Bajándole el tono al enardecido lenguaje de amigos y contrarios a lo que ocurre en Caracas, tender las manos para que cercanos y enemigos de Maduro permitan una reunión con el Presidente Maduro que despejen el camino al túnel sin salida.
Integrar la comisión con interlocutores autónomos que tengan la capacidad política de desafiar a Maduro en la necesidad histórica de actuar en defensa de los intereses nacionales anteponiendo ambiciones personales.
Un grupo de notables que sea valiente y audaz, no para amenazar ni amedrantar, sino para hacer entrar en razón a Maduro de que su ingobernabilidad está acabando la esperanza y viabilidad de Venezuela.
Convencer al gobernante de que su mandato es dañino, inviable y endemoniado.
Ofrecerle asilo político en un país del gusto de Maduro sería un buen trato.
Decirle que Venezuela ya no va con él.