Resulta importante hacer eco al editorial del diario El Espectador del pasado domingo en el que se advierte que llegó el momento de enfrentar -aunque quizás habría sido mejor decir convencer-, a los antivacunas en Colombia, con la esperanza de que si este llamado reiterado sirve para persuadir al menos a una de las personas que albergan dudas o temores o tienen la convicción de que es mejor no vacunarse, se habrá contribuido a salvar su vida y la de muchos con los que esta persona pueda entrar en contacto en caso de contagiarse. Pues de eso se trata precisamente, de salvar vidas y de evitar que el virus covid-19 siga mutando y sembrando muerte y desolación en el mundo entero.
Cabe resaltar que el tema se enmarca necesariamente en el alcance que pueda darse al cumplimiento del deber constitucional de “obrar conforme al principio de solidaridad social, respondiendo con acciones humanitarias ante situaciones que pongan en peligro la vida o la salud de las personas”, en concordancia con el que tiene toda persona de “procurar el cuidado integral de su salud y de su comunidad”.
No se trata por el momento, como ya también muchos han explicado, de hacer obligatorio vacunarse, aunque muy probablemente el gobierno pueda estar considerando dicha medida, lo que seguramente va a generar intensos debates, como los que ya se están dando en Europa. Tampoco, por ahora, se trata de restringir el acceso a quienes no se hayan vacunado, estando en posibilidad de hacerlo, a determinados espacios donde puedan afectar la salud de las demás personas, como se ha decidido en Francia y en otros países. Se trata de llevar a quienes legítimamente dudan o que invocan el respeto de su libertad de asumir el riesgo de no vacunarse, al convencimiento de que sus temores son científicamente infundados, apoyándose en los numerosos estudios que demuestran la efectividad y seguridad de las vacunas, pero sobre todo al de que su actitud efectivamente pone en peligro, no solo sus propias vidas, sino la salud de los demás.
A ello debe sumarse que no cabe aceptar entre nosotros actitudes como las que se advierten en los Estados Unidos por motivos partidistas y de estrategia electoral para mantener dividida la sociedad, negando la gravedad del problema y haciendo la macabra apuesta por el fracaso o el retraso de los esfuerzos para alcanzar la tan anhelada inmunidad de rebaño, al inducir a sus seguidores a negarse a utilizar el tapabocas o a vacunarse, acudiendo a medias verdades, y la mayoría de las veces, a afirmaciones simplemente contraevidentes.
El respeto de las convicciones y de la libertad de expresión, esenciales en una democracia, no justifican ni legitiman la distorsión de la realidad, particularmente frecuente en las redes sociales, por parte de quienes de manera irresponsable se dedican a difundir afirmaciones sin ningún sustento científico, y delirantes rumores relacionados con los efectos de las vacunas contra el covid-19, para generar miedos y angustias que sirvan a sus intereses.
Ahora bien, de la misma manera que no cabe que las autoridades utilicen la excusa de la pandemia para acudir a fórmulas autoritarias que restrinjan más allá de lo estrictamente necesario las libertades para salvar vidas, no resulta aceptable que visiones libertarias extremas desconozcan la dimensión social de sus comportamientos. Encontrar el justo equilibrio en estas circunstancias es sin duda el gran reto que enfrentan nuestras sociedades en los actuales momentos.
@wzcsg