No veía el programa así llamado, dirigido por el popular Pacheco, porque no me gustan las mascotas y, además, creo que su mera tenencia se ha convertido en una moderna y curiosa forma de esclavitud inversa: el amo es el esclavo. Pero tenía una compañera de la U., Clara Cecilia, hija del expresidente Víctor Mosquera, que hasta sus últimos instantes de vida hizo ingentes esfuerzos por conseguir padres adoptantes a perros huerfanitos; otra compañera, Elvia Cecilia Flórez, hace años se fue a España a por una Maestría en Derechos Humanos Fundamentales de los Animales y por allá se quedó ejerciendo la judicatura de salvar a diario este tipo de seres y otro compañero y destacado penalista, Freddy Alex Cifuentes, montó en su casa una guardería para defensa de perros callejeros y allí se la pasa cuidándolos, cual apóstol, cual moderno San Francisco de Asís, no con sotana, pero sí con tremendos abrigos, del corte del rumano verde militar que solía calzar en la fría capital el hoy embajador Juan Hurtado Cano, hasta que el primo Primitivo lo convirtió en tapete para drenar aguaceros en un almacén que tuvimos al norte de Bogotham City, mucho antes de la pandemia, de la que sólo Batman, el hombre murciélago, puede salvarnos.
Pero el tema es que a raíz de la invasión de sujetos a las grandes superficies para obtener un descuento, al alto “Kosto” de ganarse una corona de virus, tal actitud los convierte, automáticamente, en seres irracionales -que no rebuznan por un problema en la configuración de la garganta- y a esos amplios corrales en la nueva Animalandia. Y es que las diferencias entre unos y otros seres se van diluyendo hasta volverse bien sutiles.
Un brillante Zoon Politikón de antes, Gilberto Alzate Avendaño, calificó de “Honorables Semovientes” a unos Diputados de Caldas; Mike Tyson, ya cincuentón, amenazó con pedirle un segundo round a Evander Holyfield, para arrebatarle con dientes de oro la oreja que le dejó supérstite y no hace mucho, en el mundial de Brasil, un jugador uruguayo -a quien apodan el “Muelón Suárez”- le propinó tremendo mordisco a un contrario italiano, lo que llevó al gran relator radial, Tato Sanint, a decir que le deberían pedir cita con un sicólogo y el impenitente comentarista Iván Mejía ripostó: “!ningún sicólogo, Tato, esa mula lo que necesita es un veterinario”!
Y a mediados de los 70’s recuerdo otro partido de colombianos contra unos brutos futbolistas uruguayos, cuyo actuar salvaje vino a provocar su traducción en un editorial de Álvaro Gómez -magistral, como todos los suyos- que tituló “La uruguayización de la política en Colombia”, en medio de campañas electorales teñidas de sangre, en épocas de bárbaras naciones.
Post-it. Hablando de animales, ahora que el Congreso logró pasar la cadena perpetua para depredadores de niños, sería bueno que empezaran a buscar la forma de extenderla a los parricidas y feminicidas, otros especímenes de bestias salvajes que azotan nuestros campos y ciudades porque, infortunadamente, no existen en nuestro país los mecanismos jurídicos ni materiales para electrocutarlos a punta de vela, que es lo que se merecen.