“Hay que continuar la tarea de construir el país y buscarle el lugar que le corresponde en el mundo”.
Desde 1995, Eduardo Barajas Sandoval ha estado capitaneando la nave de las Facultades de Ciencia Política y Gobierno y de Relaciones Internacionales de la Universidad del Rosario. Lo que empezó siendo el sueño de un hombre solo, acompañado de unos pocos pioneros sabiamente convocados, es hoy en día una realidad de la que forman parte los pregrados en Ciencia Política, en Relaciones Internacionales y en Gestión y Desarrollo Urbanos; la maestría en Estudios Políticos e Internacionales, y un promisorio programa de doctorado. Son ya miles los estudiantes que, proyectando hacia el futuro una tradición tres veces centenaria, han pasado por el histórico claustro del Rosario antes de pasar a nutrir las nuevas generaciones de profesionales comprometidos, desde estas disciplinas, en la siempre inacabada tarea de construir el país y buscarle el lugar que le corresponde en el mundo.
A lo largo de dos décadas, el decano fundador, consciente de que la universidad es sobre todo unidad en la diversidad, fue reuniendo un grupo de profesores heterogéneo en su formación disciplinar; variopinto en sus orientaciones políticas; experimentado en múltiples campos de la docencia, la investigación, el servicio público y los negocios privados; irreductible en sus intereses e incontenible en el ímpetu de sus iniciativas. Pero convencido, antes que de cualquier otra cosa, de que los profesores existen para que los alumnos sean mejores que ellos, de que sólo es maestro aquel que enseña al discípulo cómo llegar aún más lejos.
Observador reflexivo de la realidad nacional y de las vicisitudes de la política internacional, Eduardo Barajas resistió la cómoda tentación de hacer de las Facultades una torre de marfil, un parapeto inexpugnable y hermético de expertos desconectados de un país y de un mundo que interpelan permanentemente a la academia sin hallar las respuestas a sus preguntas más urgentes. Por el contrario, dejó siempre abiertas las puertas para que la realidad contaminara la enseñanza universitaria, para que los profesores hicieran de la docencia y la investigación no sólo transmisión y creación de conocimiento, sino también testimonio de una experiencia de vida.
Quienes lo hemos acompañado en esa travesía no podemos sino estar agradecidos. Como al Ulises de Kavafis, su Ítaca nos ha dado un hermoso viaje. Pero en la obra de la educación, que abunda en paradojas, no hay un destino final: solamente un recorrido infinito. Y ahora que entrega el testigo a la nueva decana, la profesora Mónica Pachón, habrá que continuar hacia nuevas Ítacas. Eso es, precisamente, lo que a su lado muchos hemos aprendido.
*Analista y profesor de Relaciones Internacionales