Macri, Argentina y los demás
SE dice fácil que la victoria de Mauricio Macri en las elecciones del pasado domingo constituye un hecho histórico en la política argentina, y anticipa también un movimiento pendular en toda América Latina.
Pero no hay que olvidar que Macri obtuvo tan sólo tres puntos de ventaja sobre Scioli, y que en todo caso encontrará un Congreso en el que el Kirchnerismo sigue teniendo un peso nada desdeñable. Además, tratándose de Argentina, no sobra recordar que un cambio de gobierno no es un cambio de régimen, y que el Peronismo está enquistado hasta la médula del sistema político (incluyendo el PRO, el partido de Macri), y pasará mucho tiempo antes de que incluso los anti-peronistas dejen de ser peronistas.
En pocas palabras: la victoria de Macri supone un cambio de signo, pero no un cambio estructural, al menos en el corto y mediano plazo. Por supuesto, el hecho de que la alternancia se haya producido sin violencia, sin reproches ni acusaciones recíprocas, y el tono incluso amigable de Scioli al reconocer la derrota, no dejan de ser signos esperanzadores para la democracia argentina (y constituyen un ejemplo que ojalá resonara en otras naciones latinoamericanas). No es menos importante la reivindicación de figuras destacadas de la oposición, como Alfonso Prat Gay, Patricia Bullrich o Juan José Aranguren, antaño marginadas o acosadas y ahora llamadas a integrar el gabinete. Pero el desafío es enorme. El Kirchnerismo ha causado un daño profundo, y la liquidación de su legado requerirá talento gubernamental, compromiso político y paciencia ciudadana.
Mientras Macri aclara las cosas (las cuentas públicas y los indicadores macroeconómicos, para empezar) y pone la casa en orden (lo cual podría incluir acuerdos de gobernabilidad con diversos sectores sociales y políticos), la ruptura con el Kirchnerismo podría ser más acelerada en el plano de la política exterior. Para un nuevo gobierno siempre es más fácil dar grandes virajes en el campo diplomático que en el terreno sinuoso de la política interna.
Esa ruptura tiene nombre propio: Venezuela. Macri tomará posesión el 10 de diciembre, cuatro días después de las elecciones legislativas en la República Bolivariana; y el 21 se estrenará en la escena multilateral en la Cumbre de Mercosur, donde ha anunciado que pedirá la aplicación de la cláusula democrática contra ese país. Quién sabe si tenga éxito. Pero no cabe duda de que con ello pudiera estar alterando la cómoda situación de la que ha gozado hasta ahora Maduro en el ámbito regional y que hoy día resulta insostenible y ominosa.
*Analista y profesor de Relaciones Internacionales