A veces ocurren cosas sin que uno se dé cuenta de ellas. Cosas que pasan desapercibidas, pero que entrañan un profundo significado, o revelan con pasmosa claridad el carácter del presente. Cosas que ponen en evidencia el estado de ánimo del mundo, y anticipan el rumbo probable de la política internacional. Poco importa que lleguen o no a la primera página de los periódicos, o qué tanta atención reciba de expertos y comentaristas, ni cuánto interés despierten en la opinión pública. Son cosas que resumen, en la brevedad de una anécdota, el espíritu de toda una época.
La semana pasada el premier israelí Benjamín Netanyahu sorprendió a todos con la insinuación -contraria a la evidencia histórica- de que la “solución final”, que implicaba el exterminio del pueblo judío, había sido una idea inoculada en el monstruo de Berghof por el muftí de Jerusalén. Tuvo que salir la canciller Angela Merkel a desmentirlo, a reafirmar la responsabilidad única de Alemania por la Shoah -el mal llamado Holocausto. Y los historiadores, casi sin darse cuenta, recordaron que la historia es algo demasiado serio para dejarlo en manos de los políticos.
Un día después, los 50 habitantes de un villorrio español hacían efectiva su decisión de cambiar de nombre para volver a ser “Castrillo Mota de Judíos”, abandonando el odioso “Castrillo Matajudíos” que evocaba un episodio no menos odioso de la historia española, y por extensión europea: el de la expulsión o la conversión forzosa que impusieron los Reyes Católicos a los judíos de todos sus dominios en 1492. Y los castrillenses, casi sin darse cuenta, hicieron las paces con su memoria colectiva, y de paso también, justicia con la historia.
Mientras tanto, en otras latitudes, el nonagenario Robert Mugabe —un connotado miembro del club de “treinta-añeros” africanos, dictadores como él que llevan tres o más décadas aferrados al poder a sangre y fuego— fue galardonado con el Premio Confucio (presunto equivalente chino del Nobel de Paz), uniéndose en la lista a Fidel Castro y Vladimir Putin, previos acreedores de tan merecido reconocimiento. Y así, casi sin darse cuenta, China ha vuelto a recordarle al mundo porqué sigue siendo tan poco deseable ese “orden mundial alternativo” que tanto pregona y cuyo liderazgo reclama, muchas veces sin ningún pudor.
Y así mismo, casi sin darse cuenta, es probable que en Guatemala y Argentina el ritual electoral que se celebra hoy acabe conduciendo una vez más al pasado, a que las cosas cambien para que, sin embargo, todo siga exactamente igual.
*Analista y profesor de Relaciones Internacionales