Andrés Molano-Rojas | El Nuevo Siglo
Domingo, 26 de Julio de 2015

Ciudades y gobernanza global

Todo estudiante de Relaciones Internacionales aprende en la primera clase que el sistema internacional es anárquico.  Anarquía no es desorden ni casos: Quiere decir, simplemente, que no existe una autoridad centralizada, con capacidad y facultad, para ejercer un “gobierno mundial”.  El concepto tiene tanta importancia para la disciplina que, en buena medida, las teorías de Relaciones Internacionales se diferencian unas de otras en función de la forma en que abordan el fenómeno:  ¿conduce inevitablemente la anarquía a la competencia, al conflicto, a la suspicacia?  ¿Pueden reducirse sus nocivos efectos a través de arreglos institucionales (del derecho internacional, por ejemplo)? ¿Por qué varía tanto la forma en que se relacionan unos Estados con otros —unos son amigos, otros rivales, otros enemigos— si a fin de cuentas todos actúan en el marco de una misma estructura, igualmente anárquica?  Y sobre todo —y esta es quizá la pregunta cardinal— ¿cómo afrontar los desafíos comunes, esos que por su propia naturaleza es imposible abordar individual y unilateralmente en un mundo globalizado, interdependiente, interconectado y poroso?

 

A falta de un “gobierno mundial” existe la gobernanza global.  Esta no es otra cosa que la actividad y proceso de administración y gestión de los asuntos y problemas internacionales, así como el marco institucional que define dicha actividad y el conjunto de agentes que intervienen en ella, ya sea a escala global o regional, en un sistema internacional esencialmente anárquico.

Es en ese proceso que cabe hablar de “comunidad internacional”.  De alguna manera, la comunidad internacional hace la gobernanza global y la gobernanza global crea la comunidad internacional.  Entre los dos conceptos hay una relación prácticamente simbiótica.  Ahora bien, ¿quiénes forman parte de esa comunidad?  Con frecuencia tiende a creerse que son los Estados soberanos y solamente ellos.  Pero en realidad nunca ha sido así, como lo supieron intuir Francisco de Vitoria y Francisco de Suárez, padres del moderno derecho internacional.

Así también lo ha entendido el papa Francisco al convocar en Roma a decenas de alcaldes de todo el mundo a un foro sobre cambio climático y esclavitud.  “Porque el trabajo más serio y profundo se hace de la periferia al centro (…). Y ahí, en la periferia, es donde está el trabajo de los alcaldes”.  Y tiene razón.  Pero ello exige alcaldes que gobiernen la ciudad más allá del Palacio Liévano y sus ambiciones personales.  Alcaldes conscientes y responsables de la dimensión internacional de la administración y la gestión urbanas, que entiendan el papel que pueden jugar las ciudades en la gobernanza global.

*Analista y profesor de Relaciones Internacionales