Andrés Molano-Rojas (*) | El Nuevo Siglo
Domingo, 7 de Febrero de 2016

A propósito de…

“La misión política de la ONU, el Plan Colombia y la negociación con terroristas”.

 

A propósito de la Misión Política Especial para la verificación del cese bilateral y definitivo de hostilidades entre el Estado colombiano y las Farc, vale la pena insistir en que lo menos importante es el texto de la Resolución 2261, adoptada semanas atrás por el Consejo de Seguridad.  Lo que más cuenta es el contexto (la necesidad de validar internacionalmente el proceso de paz, la oportunidad para que la  que la ONU reivindique su papel en la solución de conflictos); el subtexto (el interés por internacionalizar el posconflicto —para financiarlo, para “lavarlo” y acrecentar su legitimidad tanto interna como externamente); y el hipertexto (las resoluciones por venir, que podrían ser menos ajustadas a los deseos de las partes; pero también, la posibilidad de que al involucrar al Consejo de Seguridad se esté allanando el camino para bloquear una eventual intervención de la Corte Penal Internacional).

A propósito del aniversario del Plan Colombia,resulta válido preguntarse por la insistencia en evaluarlo como una estrategia antinarcóticos cuando en realidad, desde muy temprano, se transformó en una estrategia contrainsurgente.  La conmemoración debería aprovecharse para iniciar un proceso crítico y abierto de evaluación del Plan Colombia, sin sesgos ideológicos y libre de los prejuicios opuestos e igualmente engañosos que llevan a atribuirle todos los avances del país en materia de seguridad durante los últimos años o todos los problemas -desde la minería ilegal hasta un presunto “deterioro masivo de la situación de derechos humanos-  como si hubiera sido una panacea universal o la fuente de todos los males.

A propósito de Paz Colombia,que nadie se llame a engaño: los costos del posconflicto serán sufragados, en su mayor parte, con recursos propios.  La expectativa de un compromiso sustancial y de largo plazo por parte de la llamada “comunidad internacional” o de los “amigos de Colombia”, es sólo eso, una expectativa.  Tanto el mundo como los amigos de Colombia tienen otras prioridades, y nada hace prever que en el corto plazo se liberen de las preocupaciones más acuciantes que hoy ocupan su agenda.

 

A propósito de listas y etiquetas, afirmar que “con los terroristas no se negocia” es pura retórica.  Ha habido negociaciones con el IRA, con ETA, con las facciones palestinas más recalcitrantes.  Los gobiernos europeos han pagado rescates por la liberación de secuestrados, y Reagan le vendió misiles a Irán para obtener la libertad de estadounidenses retenidos en Líbano.  Negociar no significa dar la razón.  Se negocia para resolver un problema, y porque a veces, no hay mejor alternativa.   

(*)Analista y profesor de Relaciones Internacionales