Quito ¿para qué?
La designación de Ernesto Samper como Secretario General de Unasur tuvo tanto de sorprendente como de previsible. Sorprendente, sí: como prueba de su enorme capacidad de reencaucharse políticamente (tanto en el plano interno como en la escena internacional); por el origen de su postulación (promovida por Correa y Mujica); y por la forma en que se concretó su designación (sin mayor patrocinio del Gobierno de Colombia, en contravía del principio de rotación que suele regir la burocracia de las organizaciones internacionales, y sin competidor alguno). Y también previsible: porque su nombre y su fama (de progresista, presunto anti neoliberal, y sobre todo, “perseguido del imperio”) lo revisten de un curioso prestigio entre la izquierda latinoamericana porque al cabo de las gestiones de María Emma Mejía y Alí Rodríguez el pasmo en que se encuentra Unasur justifica incluso una acción desesperada; por su afinidad con Maduro -que se remonta a la época de la diplomacia bravucona de Álvaro Uribe-; y porque aparentemente sólo un expresidente podría insuflarle vida al ambicioso proyecto de uno (Lula da Silva), cuyas bases tampoco pudo sentar otro por su muerte acaso prematura (Kirchner).
Samper se va para Quito, y a juzgar por sus propias palabras, no tiene muy claro para qué. En una entrevista concedida días atrás al diario español El País, insinuaba una agenda tan amplia (pobreza, desigualdad, recursos naturales, gobernabilidad, -seguridad ciudadana, alimentaria, etc.-, crimen organizado, soberanía económica), que más bien parecía político de pueblo en campaña. Y todo para desdecirse enseguida, al afirmar que la organización “ha abandonado su misión original, que era servir de escenario para establecer un diálogo político en la región” y que “ese papel hay que recuperarlo. Unasur tiene que redefinir los términos de relación con otros países, particularmente con EE.UU.”.
Habrá que ver cómo le va cuando se estrene el 30 de octubre en Montevideo; cuando Uruguay reciba la presidencia pro témpore de Surinam, y entre otras cosas, el canciller Almagro -que aspira a suceder a Insulza en la OEA- presente una propuesta para que Unasur adopte una posición común sobre el tema palestino. (No hay que olvidar que Colombia es hoy por hoy el único en la región que no reconoce un Estado Palestino). Y habrá que ver cómo le va con Venezuela; con el aparatoso e inhóspito edificio sede de Unasur en la mitad del mundo; y con la voracidad de su instinto político -que lo mantendrá conectado con Colombia-, sin que importe mucho que se haya ido para Quito.
*Analista y profesor de Relaciones Internacionales