ANDRÉS MOLANO ROJAS* | El Nuevo Siglo
Lunes, 28 de Abril de 2014

Guerra de tratados (II)

(Continuación de la columna publicada el 14 de abril)

 

Si la “guerra jurídica” (lawfare) es la continuación de la guerra (o más ampliamente, de un conflicto) por medios jurídicos; y supone el empleo del derecho para obtener ventajas sobre el adversario, la insistencia palestina en ingresar a algunas organizaciones internacionales -a veces con éxito, como en el caso de la Unesco, y otras sin él, como ocurrió con su intento en Naciones Unidas- constituye un buen ejemplo de ella.

Ahora la apuesta de la Autoridad Nacional Palestina (ANP) apunta a que el “Estado” palestino sea parte en por lo menos 13 tratados internacionales: las convenciones de Viena sobre relaciones diplomáticas, consulares y derecho de los tratados; las convenciones sobre derechos de los niños, eliminación de la discriminación contra la mujer, derechos de los discapacitados, eliminación de la discriminación racial, contra tortura y otros tratos crueles e inhumanos, prevención y sanción del genocidio, supresión y sanción del apartheid; además de pactos sobre derechos civiles y políticos y sobre derechos económicos, sociales y culturales.

En tanto que la participación en estos instrumentos la reserva el derecho internacional a los Estados, lo que espera aparentemente la ANP es constituir una situación de hecho que virtualmente equivalga al reconocimiento de un Estado palestino.  Como se sabe, 134 de los 193 miembros de la ONU lo han reconocido hasta ahora, algo que a juicio de buena parte de quienes no lo han hecho (los europeos, EE. UU. y Canadá, Colombia y México, y obviamente Israel) debería ser el resultado del proceso de paz, con arreglo a la fórmula de los dos Estados.  La carencia de estatalidad ha impedido hasta ahora a Palestina acceso a importantes escenarios e instrumentos de acción internacional.  Si prospera su escaramuza jurídica habría dado un paso importante en la dirección de hacer cada vez más insostenible su exclusión de tales escenarios y reforzaría sustancialmente la retórica de la “arbitrariedad” con la que regularmente ésta es denunciada.

La reconciliación entre Al Fatah y Hamas podría proporcionar un impulso adicional a esta estrategia.  Un gobierno unificado, y asumir cada vez más regularmente la conducta propia de un Estado -renuncia al terrorismo y a la pretensión de destruir a Israel incluidos- coadyuvarían a reforzar la idea (y la percepción) de que en efecto lo es.  Está por verse qué tanto afectará todo esto el proceso de paz -por enésima vez interrumpido-.  Y si realmente es una victoria, o un logro pírrico y contraproducente.  

*Analista y profesor de Relaciones Internacionales