ANDRÉS MOLANO ROJAS* | El Nuevo Siglo
Lunes, 3 de Marzo de 2014

Rusia de siempre

 

Uno  de los errores que más fácil y frecuentemente cometen quienes se ocupan en estudiar y comentar los acontecimientos mundiales, es el de sobreestimar algunos de ellos, mientras subestiman otros que a la postre acaban revistiendo una importancia cardinal que su aparente irrelevancia hacía insospechable.  Es un error común, no sólo entre periodistas que cubren noticias internacionales, sino también entre expertos y académicos, e incluso entre quienes toman las decisiones que sellan el destino de los pueblos.

Los sucesos de Ucrania no son la excepción.  El secretario de Estado de EE.UU., John Kerry, dijo ayer en su cuenta de twitter que la intervención rusa en Crimea constituye “una descarada agresión militar que viola el derecho internacional y la Carta de la ONU:  un acto de agresión del siglo XIX en pleno siglo XXI”.  Pero, ¿por qué tiene que ser el siglo XXI forzosa o radicalmente distinto del siglo XIX? ¿Por qué tendría Rusia que actuar diferente, en ausencia de incentivos y condicionantes que la obliguen a hacerlo?

Hace por lo menos 6 años que el mundo estaba advertido. El entonces presidente, Dimitri Medvedev, formuló 5 principios orientadores para la política exterior, que aún hoy dan cuenta de la conducta rusa en la escena internacional. Que el primero de ellos sea la primacía del derecho internacional puede parecer algo cínico:  así como ahora parece echar por la borda el Memorando de Budapest, se desdijo en su momento de sus compromisos con la integridad territorial de Georgia.  Y, sin embargo, once veces ha denunciado a otros Estados por usar la fuerza al margen del Consejo de Seguridad.  Como toda potencia, su adhesión al derecho está subordinada a la preservación de sus intereses, pero no es por ello menos sincera. Que insista, en segundo lugar, en un mundo multipolar, es una constatación práctica y al mismo tiempo, una ambiciosa aspiración. Que declare que no buscará confrontación con otras naciones, siempre y cuando sus propios intereses vitales estén asegurados, es una honesta declaración de intenciones. Que reclame el derecho a proteger a sus ciudadanos “donde quiera que se encuentren” es la consecuencia lógica de su vocación histórica imperial, y de una estrategia que usaron los zares tanto como Stalin. Y que reclame su derecho a tener una zona de influencia, su propio patio trasero, su red de amortiguadores y puestos de avanzada, allí donde tiene “intereses privilegiados”, es una advertencia tan clara… como el vodka.

Mejor dicho:  business as usual.  Y la Rusia de siempre.

*Analista y profesor de Relaciones Internacionales