¿Somali qué?
“La paradoja de existir legalmente pero ser un espejismo”
Desdeque en 2005 el Fund for Peace y la revista Foreign Policy empezaron a elaborar el Índice de Estados Fallidos (una medición anual del grado de colapso estatal con base en indicadores que van desde las presiones demográficas hasta la inequidad, la criminalización de las instituciones y la fragmentación de las élites), Somalia ha figurado siempre dentro de los 10 Estados más gravemente diagnosticados, y desde 2008 ocupa el primer lugar entre ellos.
En efecto, tras la caída de Siad Barre -mandamás del país desde 1969 hasta 1991- Somalia experimentó una rápida y descontrolada caída en el abismo de la desintegración, el faccionalismo, los enfrentamientos de clanes y las guerras subsidiarias, a tal punto que hoy día no es más que un Estado-ficción, sin otra existencia que la que se le atribuye diplomáticamente en las conferencias internacionales, que regularmente se celebran para intentar resolver el problema en que se ha convertido. La inexistencia de un gobierno efectivo por más de dos décadas ha hecho de Somalia un santuario para el terrorismo islamista de Al-Shabab; un paraíso para la piratería que sólo fue posible contener mediante una operación multinacional liderada por la Otan; un campo de batalla para los intereses en pugna de Eritrea y Etiopía; el escenario de una de las crisis humanitarias más graves de África (que ya es mucho decir); y el objeto reiterado de varias intervenciones militares -unas respaldadas multilateralmente, otras punitivas y unilaterales- más o menos infructuosas y siempre onerosas. La mayor parte de las esperanzas suscitadas en 2012 con la instalación de un nuevo gobierno de unidad, apoyado por la comunidad internacional, sigue siendo por ahora solamente eso.
Semejante panorama contrasta con lo que ocurre en Somalilandia, una región que proclamó su independencia en 1991. Todo lo que no ha funcionado en Somalia desde entonces -un gobierno, elecciones regulares, una moneda, la explotación de los recursos naturales, un mínimo de infraestructura- funciona en Somalilandia, que sin embargo, no existe jurídicamente porque carece del reconocimiento internacional necesario para sumarse al conjunto multiestatal.
Vaya paradoja. Un Estado que existe legalmente pero que en la práctica es un espejismo; y un Estado que existe de facto, pero al que se le niega ese estatus jurídico, por razones fundamentalmente políticas. Así funciona, muchas veces el derecho internacional, que dista mucho de ser perfecto (o en algunos casos razonable siquiera); y que sin embargo, es lo mejor que ha podido inventarse la humanidad para darle algún orden al anárquico juego de la política internacional.
+Analista y profesor de Relaciones Internacionales