Humo blanco
El acuerdo alcanzado ayer en Ginebra, sobre el programa nuclear iraní, bien podría ser uno de los mayores logros de Barack Obama en materia de política exterior y justificar, así sea retroactivamente, el Premio Nobel de Paz que a juicio de muchos le fue concedido de manera prematura no más comenzar su primer periodo como presidente de los Estados Unidos. Se sabe ya que la negociación estuvo precedida de una serie de acercamientos previos de carácter secreto entre Washington y Teherán; y que una de las artífices del acuerdo, y acaso no la menor, fue lady Catherine Ashton -Alta Representante de la UE para Asuntos Exteriores-, de quien algún periódico dijo una vez que no era más que una “baronesa sin currículo”. Ha quedado ya consignada también para la historia, la espléndida forma en que jugaron los franceses el papel de policía malo, que presionaba a los ayatolás con una retórica severa y admonitoria, y por ese camino, no sólo evitaba una solución demasiado rápida y fácil, sino que intentaba aplacar los recelos de Israel. Huelga decir que el episodio es de alguna manera una reivindicación del multilateralismo -el acuerdo involucra a Irán y al grupo E3+3 (Alemana, Francia, Reino Unido, Estados Unidos, Rusia y China); así sea en su versión “mini” de numerónimos y sumatorias.
Falta mucho, por supuesto, para que el humo blanco logrado en Ginebra se traduzca en una solución definitiva a la controversia existente desde hace años alrededor del programa nuclear iraní. Por ahora lo que hay es una modesta hoja de ruta inicial, a seis meses, en el camino eventualmente largo que conduzca a un acuerdo integral, en el marco del régimen vigente de no proliferación nuclear, y con garantías sólidas y suficientes para la seguridad regional e internacional. Pero es innegable que el histórico acuerdo, basado en el compromiso inicial por parte de Irán de pausar su desarrollo nuclear y diluir el uranio enriquecido más allá del límite aceptable para el uso civil, altera significativamente el panorama en Medio Oriente.
En ese sentido será interesante ver qué efectos colaterales tiene el paso dado en Ginebra. No sólo en la relación entre EE.UU. e Israel y Arabia Saudita; sino más ampliamente, en la evolución de los acontecimientos en Siria, la estabilidad en Iraq, el proceso de paz israelo-palestino, e incluso, en el activismo iraní en diversos lugares del mundo, incluida América Latina. Ojalá el humo blanco anuncie un futuro promisorio, y no sirva de cortina para el engaño y la artimaña.
*Analista y profesor de Relaciones Internacionales