ANDRÉS MOLANO ROJAS* | El Nuevo Siglo
Lunes, 4 de Noviembre de 2013

Otra década perdida

 

La “Declaración sobre Seguridad en las Américas” adoptada diez años atrás por la Conferencia Especial de Seguridad en México, y en la cual participaron todos los Estados del hemisferio -menos Cuba, naturalmente-, constituye uno de los pilares de la OEA, al lado de la propia Carta fundacional, la Carta Democrática Interamericana o el Pacto de San José, según lo ha dicho el secretario general de la organización, José Miguel Insulza.

En aquel entonces el fin de la Guerra Fría, la pacificación de Centroamérica, y la virtual consolidación de la democracia en el continente inspiraron un cambio fundamental en el concepto de seguridad.  La vieja noción de seguridad, entendida como mera preservación del Estado y el régimen frente a agresiones externas o a la rebelión armada, y basada en la coerción, fue sustituida por una más amplia y multidimensional, que “incluye las amenazas tradicionales y las nuevas amenazas, preocupaciones y otros desafíos (…), incorpora las prioridades de cada Estado, contribuye a la consolidación de la paz, al desarrollo integral y a la justicia social, y se basa en valores democráticos, el respeto, la promoción y defensa de los DD.HH., la solidaridad, la cooperación y el respeto a la soberanía nacional”.  Así, temas como el crimen organizado (en sus diversas formas y manifestaciones), el terrorismo, los desastres naturales y el deterioro ambiental, las pandemias, la pobreza extrema y la exclusión social, vinieron a incorporarse en una agenda variopinta, indiscriminada y difusa de seguridad.

Tras una década, más allá de la retórica de las conmemoraciones, la verdad es que difícilmente puede hablarse hoy día de una arquitectura de seguridad hemisférica interamericana.  Aunque existen amenazas comunes, no todas son compartidas ni tienen la misma entidad ni prioridad para todos.  La Junta Interamericana de Defensa aún no logra redefinir su lugar y encajar en el rompecabezas. ALBA promueve la creación de una escuela militar “anti-imperialista” para formar “ideológicamente” a sus Fuerzas Armadas, y al menos en uno de sus miembros las relaciones cívico-militares están seriamente trastocadas.  Unasur cuenta con su propio consejo de defensa, sus propias medidas de confianza, su propia evaluación del gasto militar. Hay divergencias importantes frente al modelo de lucha contra las drogas. Los diferendos fronterizos están otra vez a la orden del día, y no escasean las tensiones bilaterales. Y por si fuera poco, la democracia en las Américas atraviesa un momento particularmente crítico.

No hay mucho qué celebrar entonces.  En materia de seguridad hemisférica ésta parece ser, tristemente, otra década perdida.

*Analista y profesor de Relaciones Internacionales