Cheros y parceros
Lo primero que impacta a cualquier colombiano que llegue a El Salvador, en América Central, no más hacer la fila para los controles migratorios, es constatar la omnipresencia de la banca nacional: Davivienda, como Davivienda, y Bancolombia, como Banco Agrícola -pero conservando el mismo logotipo, con el tricolor colombiano-; por no hablar de la más discreta, pero también significativa, del Grupo Aval a través del Banco de América Central. Por lo demás, poco a poco irá descubriendo que son varios los conglomerados y las empresas colombianas que en los últimos tiempos han realizado cuantiosas inversiones en El Salvador -en los más diversos sectores de la economía-, desde los alimentos hasta el turismo, y naturalmente… el transporte aéreo.
Es innegable que el relacionamiento de Colombia con el mundo ha sufrido una transformación sustancial durante la última década. Y no deja de ser positivo que esa transformación también abarque una región como Centroamérica, con la cual Colombia ha tenido una relación bastante irregular y a veces algo negligente -a despecho de su natural proyección geográfica hacia ella-, y del papel incluso protagónico que haya podido jugar, por ejemplo en el Grupo de Contadora. La verdad es que a pesar de excepciones notables como esa, Colombia ha visto en Centroamérica poco menos que un conjunto de interlocutores forzosos cuya importancia radicaba en lo que la negociación bilateral con cada uno de ellos pudiera ofrecer a efectos de configurar su dominio marítimo en el Caribe frente a Managua (una estrategia a la postre fallida).
Hoy existe un escenario favorable para dinamizar, densificar y profundizar las relaciones entre Colombia y Centroamérica. (Puede que paradójicamente el fallo de marras de la Corte Internacional de Justicia ofrezca nuevas oportunidades para ello -aunque no por el camino del “Todos contra Nicaragua”, que no conducirá a ninguna parte)-. Es posible identificar ya una agenda emergente, multidimensional, que comprende temas como lucha contra el narcotráfico y otras formas de crimen organizado, seguridad ciudadana, reducción de la vulnerabilidad al cambio climático y desarrollo de capacidades para la prevención y la atención de desastres, entre otros. Es evidente el interés de Colombia en aprovechar la oportunidad, como lo muestra su reciente ingreso al Sistema de Integración Centroamericana como observador.
Hacerlo constructivamente requiere, sin embargo, dejar de mirar a Centroamérica por encima del hombro. Reconocer que es mucho lo que ambas partes pueden ofrecerse (y aprender) recíprocamente. Pensar el Caribe más allá de San Andrés. Anclar a Colombia regionalmente, también en Centroamérica, en beneficio de “cheros” y “parceros”.
*Analista y profesor de Relaciones Internacionales