ANDRÉS MOLANO ROJAS* | El Nuevo Siglo
Lunes, 21 de Octubre de 2013

La ciudad sobre una colina

 

La  idea de que los Estados Unidos están de alguna manera predestinados a desempeñar un papel excepcional, y de que han sido también elegidos -por la Providencia o por la historia- para “guiar” o “liderar” a otros pueblos y naciones forma parte fundamental de la mitología fundacional y la identidad estadounidenses, incluso desde antes de que empezaran a existir. “Seremos una ciudad sobre una colina, el mundo entero se fijará en nosotros”, dijo en una fecha tan temprana como 1630 John Winthrop, primer Gobernador de Massachusetts.  La “ciudad sobre una colina” se ha convertido con el paso del tiempo en uno de los tópicos más recurrentes de la retórica sobre el lugar que ocupan y les corresponde a los Estados Unidos en el concierto internacional.

Y en efecto, en muchos aspectos los Estados Unidos han sido la inspiración de otros a lo largo y ancho del globo. La Declaración de Independencia redactada por Thomas Jefferson, que reconoce como una verdad evidente no solo la igualdad de los hombres sino el derecho que tienen a la “búsqueda de la felicidad”, alentó varias generaciones de patriotas latinoamericanos.  La Constitución de Filadelfia ha servido de modelo a muchas otras cartas fundamentales, y sus invenciones -el sistema presidencial, el federalismo, la judicatura independiente, el control de constitucionalidad- han sido replicados (unas veces con éxito, y otras con estrepitoso fracaso) en los más diversos lugares del globo. Y el “orden internacional” contemporáneo tiene la impronta de Wilson y los dos Roosevelt tanto como de la Reserva Federal y la Marina.

Hace ya varios años que las transformaciones y el proceso de transición que atraviesa el sistema internacional han suscitado toda suerte de preguntas y predicciones sobre la suerte de Estados Unidos y un futuro “post-americano”.  Al fragor del cierre del Gobierno Federal y del riesgo de default, incluso un periodista anónimo de la agencia noticiosa Xinhua acabó haciendo apología de la “des-americanización” del mundo. Hay quienes incluso esperan ávidamente el momento final, el desenlace fatal de la hegemonía y el “imperialismo” estadounidense, y saludan desde ya el ascenso de China o de quien sea.  Pero harían mejor moderando sus expectativas.  La “ciudad sobre una colina” -prefiguración acaso de Capitol Hill- es todavía un imperio demasiado joven.  Y en cualquier caso, con sus contradicciones, sus disfuncionalidades internas, y la recurrencia de sus crisis, hay cosas -bienes públicos globales- que al menos por ahora sólo Estados Unidos puede garantizar y proveer.  Y es eso lo que hacen, precisamente, las grandes potencias, los imperios. 

*Analista y profesor de Relaciones Internacionales