La última cumbre de la Liga Árabe -una organización que, como tantas otras, no suele destacarse por sus logros ni realizaciones, pero que se resiste a desaparecer, tal vez porque a sus miembros les conviene más tenerla a su disposición, así sea hibernando, que no tenerla en absoluto- concluyó en Sharm el Sheij (Egipto) con un anuncio inesperado como revelador: el de la creación, en el mediano plazo, de una fuerza multinacional permanente de despliegue rápido, con el fin de hacer frente a las amenazas “sin precedentes” que pesan sobre la seguridad regional.
No es casual que el telón de fondo de semejante decisión lo constituya la ofensiva liderada por Arabia Saudita contra los rebeldes huthis en Yemen. Los huthis, aprovechando el caldo de cultivo generado por las condiciones en que tuvo lugar la transición política, tras la salida del poder del antiguo mandamás yemení, Al Saleh, en 2012, y con la complacencia de Irán, tienen virtualmente sumido a ese país en el desgobierno y la guerra civil. Y de consolidar su poder, podrían convertir a Yemen -que antaño fuera elogiado por Washington como “el ejemplo a seguir” en materia de lucha contra el terrorismo- en un nuevo bastión del chiismo, sentando así un precedente, de imprevisibles consecuencias -no sólo para la estabilidad interna de varios países árabes (en los que podría exacerbarse, por imitación y contagio, la gran división musulmana entre suníes y chiitas)-, sino para el equilibrio de poder en toda la región o más allá incluso.
Sin duda alguna el Gran Medio Oriente -un área geopolítica que se extiende desde el Magreb hasta Asia Central- será uno de los centros de gravedad más volátiles de la política internacional del siglo XXI, en desarrollo de un proceso del cual estos primeros 15 años han sido sólo un tímido preludio. Los vínculos y las relaciones que conectan a los distintos actores involucrados -Estados Unidos y Rusia incluidos- son confusos, variables y a veces contradictorios: ante el enemigo común, algunos recelos se apaciguan; pero no lo suficiente como para que el peso de las identidades, los intereses y la historia devenga definitivamente irrelevante.
Coaliciones espontáneas de buena voluntad, alianzas de revés con tradicionales adversarios o con potenciales rivales, pactos con el diablo, guerras transitivas, dilemas de seguridad, carreras armamentistas, reconfiguración de las fronteras y del sistema de Estados desde Marruecos hasta Paquistán, fuerzas centrífugas disociadoras y nuevos irredentismos aglutinantes: en medio de tanta agitación, nunca antes estuvo el Medio Oriente más desorientado.
*Analista y profesor de Relaciones Internacionales