Cacería de brujas
Hace días circula en Nicaragua un escrito en el que, palabras más, palabras menos, se afirma que la “victoria” obtenida por ese país en la Corte Internacional de Justicia frente a Colombia no habría sido tal de no haber reaccionado Bogotá como lo hizo tras la lectura del fallo -elaborando un discurso derrotista y lleno de frustración, anunciando un desacato inviable, y reivindicando una “soberanía” inexistente-; mientras despreciaba lo obtenido: la denegación de la mayor parte de las pretensiones de Nicaragua, el reconocimiento de la mayor parte de argumentos y derechos de Colombia -Quitasueño dotado de 12 millas de mar territorial, entre otros-, y la configuración de un título definitivo, cierto e incontrovertible (la denostada sentencia de La Haya), en virtud del cual Colombia quedó revestida de jurisdicción sobre algo más del 65% del Caribe Occidental (en el que concurren en total 8 Estados).
Reconocer lo anterior no implica hacer la vista gorda frente a algunos aspectos controversiales del pronunciamiento de la Corte. Pero le da a todo el episodio una perspectiva distinta. Una perspectiva en la que el país hubiera podido ahorrarse la vergüenza de ver cómo desde diversos sectores -empezando por el mismo Gobierno- parece haberse iniciado una cacería de brujas con el fin de identificar a los “responsables” de semejante descalabro (¿?), y justificar así ante la opinión pública una decisión judicial que a pesar de no satisfacer plenamente las expectativas de Colombia está muy lejos de representar el peor escenario posible -como bien entienden los que saben- de constituir la “victoria” auto-atribuida de Ortega.
De semejante cacería no se ha salvado ni la propia Corte, de quien la canciller Holguín dijo -con más efervescencia que consciencia- que era “el enemigo”. (Un enemigo que tiene en sus manos otro proceso contra Colombia, el instaurado por Ecuador por aquello de las fumigaciones en la frontera). Siguió el Pacto de Bogotá, y su consecuencia ilógica: la doctrina Santos sobre solución de controversias internacionales. Un magistrado del Consejo Superior de la Judicatura pidió abrir investigación disciplinaria contra Crawford y Bundy -los abogados de Colombia en La Haya- como si de tinterillos de quinta se tratara. Una exministra sin oficio se inventó una conspiración sino-nicaragüense. Y por último se fueron lanza en ristre contra el profesor Nieto Navia por cuenta de unos negocios de su hijo y de su yerno que en absoluto le conciernen.
Y mientras todos buscan chivos expiatorios, ¿dónde está la gran estrategia para aprovechar lo que Colombia tiene efectivamente en el Caribe?
*Analista y profesor de Relaciones Internacionales