Silencio elocuente
No dijo mucho sobre política exterior el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, en su discurso de posesión hace 8 días. Habló, más bien, para una audiencia interna que aunque lo reeligió, le lleva también las cuentas de los asuntos pendientes: el desempleo cercano al 8%, la incertidumbre económica, la reforma migratoria (aunque sea una edulcorada, que compense al menos las expectativas frustradas de los dreamers), la consolidación de la reforma sanitaria, etc. Y habló también sobre energía y cambio climático, sobre minorías e igualdad de derechos, sobre armas y escuelas.
Pero habló poco de política exterior. Insistió en la importancia de la diplomacia, advirtió contra las “guerras perpetuas”, se comprometió a fortalecer las instituciones internacionales como instrumento para la gestión de crisis, y repitió la tradicional jaculatoria sobre la firmeza de los compromisos de Washington con sus aliados y su apoyo a la democracia en todo el mundo.
Su relativo silencio sugiere, sin embargo, varias cosas: que habrá continuidad en materia de política exterior, que mantendrá la hoja de ruta existente (no proliferación, giro hacia Asia, retiro de Afganistán, etc), que espera que los acontecimientos le den tregua para poner la casa en orden, y finalmente, que de ciertos temas es mejor no hablar cuando no se tienen cosas buenas qué decir.
Tal es el caso de las complejidades que reviste el “giro hacia Asia”, en donde el ascenso chino genera toda suerte de inquietudes y recelos y en donde un mayor protagonismo de Estados Unidos, vital como pueda ser para sus intereses, debe ser cuidadosamente dosificado, precisamente, para no ponerlos en riesgo. Pasa igual con la suerte de los países árabes y del norte de África, cuya apuesta por la democracia es todavía incierta (como Egipto) o en donde la “Primavera Árabe” parece haberse estancado en un baño de sangre (como Siria). Igual ocurre con la persistencia de la amenaza terrorista -por más que Osama bin Laden esté muerto-, sus nuevas formas y manifestaciones, y sus implicaciones geopolíticas (Al Qaeda en el Magreb Islámico, el colapso parcial del Estado en Mali, la intervención francesa y sus limitaciones). Y finalmente es así también en relación con tres aliados históricos de Washington (Japón, Israel y Gran Bretaña), ubicados en escenarios críticos de ciertas coyunturas, y que a veces dan la impresión de ir dando tumbos, para preocupación y a veces desconcierto de sus aliados norteamericanos.
Con esto en mente, se entiende el silencio de Obama. Y la poca importancia que en su agenda tiene América Latina.
*Analista y profesor de Relaciones Internacionales