Los pecados de la UE
Dicen que la derrota es huérfana y que, en cambio, la paternidad de la victoria es siempre disputada. Es todavía muy temprano para establecer con certidumbre quién ha ganado y quién ha perdido con el Brexit, a pesar de lo más obvio -el lógico relevo en Downing Street, la rebelión laborista contra Corbyn, la agitación de los nacionalistas escoceses, la excitación de los eurófobos en todo el continente-, y de lo menos previsible (pero acaso no tan sorprendente) -como la retirada táctica de Boris Johnson o el arrepentimiento inocuo de abstencionistas y votantes despistados-. Lo cierto es que ni siquiera Nigel Farage, que por ahora aprovecha los beneficios de la insignificancia para repetir lo que ha dicho tantas veces, luce particularmente pletórico estos días, cuando todo es ruido en las oficinas de Westminster y confusión los pasillos de Bruselas. Como el Brexit estuviera predestinado a ser una victoria expósita…
En cambio, no son huérfanos (aunque algunos tengan mácula de bastardía), los pecados que de vieja data lastran el proyecto europeo -valga decir, la Unión Europea-, y que no serán redimidos en el corto plazo fácilmente. Mucho menos si se apuesta por la “re-nacionalización” (que no es sino el eufemismo de la “reversión”) o por la “democratización” (lo que quiera que eso signifique después del referendo en Gran Bretaña).
Para empezar, está la Europa a múltiples velocidades, que es la forma políticamente correcta de decir la Europa no sincronizada, arrítmica, espasmódica. Está también la Europa a la carta -“customizada”, para hacer honor a los ingleses-, que no puede sino conducir a una intratable esquizofrenia. Y está además la Europa omniregulatoria, omnisciente, omnipresente: la pesadilla del estatismo, travestida de minuciosa tecnocracia, y elevada al nivel comunitario. Y está la Europa hipertrofiada: la que ya arrítmica, esquizofrénica y esclerotizada, pasó de 15 a 25 de un salto, luego de 25 a 27, y después a 28, sin que hubiera espacio suficiente… Ni siquiera en la bandera.
Esta no fue la “idea de Europa” -una idea que, según Denis de Rougemont, tiene tres mil años- y que históricamente han apoyado tanto conservadores como liberales y socialdemócratas. En el fondo, tampoco fue contra esto que votaron los británicos. (La mayoría de los brexiters votó, no tanto contra Europa, como por sus propios miedos y prejuicios, hábilmente magnificados y explotados por los oportunistas de turno). Pero es allí donde reside el problema y el desafío de Europa; lo que puede comprometer sin remedio su futuro, haya o no Brexit finalmente.
*Analista y profesor de Relaciones Internacionales