Con buena intención, pero pésimo cálculo, el presidente Biden se refirió a América Latina como el patio delantero de los Estados Unidos, lo que da cuenta de la distancia que aún separa al norte del sur en el continente.
La atención se centra en otras regiones del mundo, mientras los nacionalismos ahistóricos, las pretensiones populistas y los fracasos integracionistas, colocan a Latinoamérica en el limbo, presa de apuestas ínfimas e ideologizadas que quieran hacer desde la lejanía, Rusia o China.
Las tensiones geopolíticas promovidas por Putin para contrarrestar a la Otan y reafirmar su posición mundial, que alarman por lo que ocurra en Ucrania, así como el mensaje de Xi Jinping frente a Taiwán, a tiempo con los reacomodos de la Unión Europea, sin el Reino Unido, y con una Alemania en transición, muestran un futuro global incierto.
Incertidumbre es el signo de los tiempos, desde la euforia tecnológica y las alertas por la puesta en operación de la tecnología 5G, hasta los efectos acelerados del calentamiento global, las crisis por la inflación y el impacto de los virus.
El ejercicio de la política no ayuda a las soluciones, pues frente al miedo, al descontrolado impacto de las redes sociales y al rédito electoral que obtienen las posturas extremas, prevalecen escenarios polarizados, gobiernos sin capacidad de gestión y Estados sobrepasados por nuevas exigencias ciudadanas.
En el contexto de América Latina estas variables se presentan agudizadas. En todos los países prevalece la convulsión política, la inestabilidad electoral o la redefinición institucional, apreciándose la conformación de bloques regionales, conforme la afinidad ideológica entre los gobiernos de turno.
Con todo, el comportamiento en este lado del mundo sigue estando marcado por el autonomismo. El adormecimiento de la OEA y la extinción de esfuerzos subregionales de integración, muestran que en el continente de la esperanza, no puede esperarse una acción concertada.
Muy lamentable que ello ocurra, en particular considerando las enormes oportunidades que se tendrían al proceder en sentido contrario, así como la situación geopolítica presente que demanda una postura articulada del patio americano.
Por sobre las diferencias ideológicas profundas que puedan existir entre los gobiernos de los países, estimular la unión en torno a propósitos esenciales y comunes es no solo indispensable, sino apremiante.
Prepararse para actuar conjuntamente frente a nuevas crisis sanitarias, como responder integradamente a las económicas y actuar como bloque ante los debates por la hegemonía del mundo, así como identificar oportunidades comunes de desarrollo y especialmente, de promoción de los derechos y la dignidad humana, son objetivos que deberían animar un pacto latinoamericano.
Fusionar escenarios integracionistas parciales en una unión latinoamericana de naciones, en torno a objetivos básicos para la recuperación poscovid y la atención de necesidades sociales y ambientales, sería lo deseable, aprovechando los cambios de gobierno que se van a dar en 2022 en Chile, Honduras, Costa Rica, Colombia y Brasil.
No es tiempo de perseverar en posturas aislacionistas, ni en el cese de relaciones entre naciones hermanas. Las denuncias y reclamaciones han de surtirse por los canales internacionales, como claramente han de dejarse sentadas las posiciones particulares, no obstante, el relacionamiento socioeconómico entre países como Colombia y Venezuela debe restablecerse por razón del interés superior de los pueblos.
La postura en materia de integración latinoamericana de quienes aspiran a la Presidencia es esencial. El liderazgo que en el futuro ejerza Colombia será determinante, pues frente al déficit de institucionalidad regional una convocatoria renovadora, creativa y no de extremos, puede marcar la pauta hacia una Unión Latinoamericana que sea reconocida por el mundo.