ALFONSO ORDUZ DUARTE | El Nuevo Siglo
Sábado, 17 de Agosto de 2013

Un mensajero honorable

 

Las  noticias que nos trae la prensa suelen ser sensacionalistas y se refieren generalmente a sucesos desagradables y en cierta manera trágicos. ¿Será que los lectores son solamente aficionados a leer cosas de esta naturaleza?  Vaya uno a saber, pero bien parece ser que sí.  Los sistemas de mercadeo de los medios de comunicación seguramente han detectado que las noticias truculentas son las que suelen tener mayor demanda y por tanto se venden más. Parece ser que uno de los deberes de los medios de comunicación es mantener a sus lectores debidamente informados de lo que sucede; no debe haber distinción entre lo bueno y lo malo. De ahí que abuso de mis lectores para relatar dos hechos diametralmente opuestos.

Quiero referirme a dos episodios que han sucedido el mismo día.  Uno fue el de un conocido ciudadano cuya casa de habitación ubicada en uno de los barrios más conocidos de la ciudad, fue visitada por los amigos de lo ajeno. Forzaron la entrada e hicieron lo que les vino en gana. Se apropiaron de todo lo de valor que hallaron. No se contentaron con el robo sino que destruyeron todo lo que encontraron en su camino. El espectáculo que encontró quien fue objeto de esta visita bien podría parecerse a lo que se supone hizo Atila en sus incursiones como nos cuenta la historia. Puertas y cerraduras violentadas, destrucción de todo lo que supusieron que podría contener objetos de valor, desorden total halló el ciudadano de esta historia que además de lamentar la pérdida de bienes y objetos que a lo largo de su vida de bien había podido acumular, lo pusieron situación de desamparo en frente a este hecho. Una rabia interior se apoderó de él y de toda su familia al verse totalmente desprotegido en sus bienes y milagrosamente en su vida pues no estaba presente en el momento del asalto.

Pero simultáneamente, el mismo día, horas antes de este atraco, tuvo un episodio que en cierta manera le hizo recobrar  la confianza en la decencia y honorabilidad de la gente. El caso fue que por un descuido dejó caer en la calle su teléfono celular. Por circunstancias que no son del caso relatar, pudo ponerse en contacto con la persona que lo había encontrado y tuvo la suerte de que esta persona, un mensajero, lo devolviera.

Me he tomado la libertad de relatar estos dos hechos, para significar que así como existen malandrines que asaltan y roban, también hay ciudadanos de bien, la mayoría, que tienen muy en alto el significado de la honorabilidad y la decencia, que renueva la fe y la convicción en nuestra gente,  que en cierta manera fue un alivio a la sensación de desamparo que ubicó en la buena acción del mensajero.