ALFONSO ORDUZ DUARTE | El Nuevo Siglo
Viernes, 1 de Febrero de 2013

Que cunda el buen ejemplo

Dicen  que el mal ejemplo cunde, para significar que quien tiene alguna posición o condición por medio de la cual puede influir en su entorno trate de observar buena conducta, buenas maneras, en fin, manejarse bien, aunque no hay ningún dicho que indique que el buen ejemplo debe ser objeto de encomio y digno de ser seguido.

En el entorno familiar es conocido que los hijos hasta la edad de la adolescencia consideran a su padre un héroe que no tiene par. Nadie lo iguala, consideración que con el tiempo va cambiando por le rebeldía propia de la edad cuando los consejos y observaciones paternos son tomados como asuntos de vejetes desactualizados que no comprenden lo que está sucediendo. Dicho en otras palabras, si no hay de por medio un buen ejemplo, existe el peligro del desquicio de los retoños ya hechos adultos. Pero la tercera y quizás última apreciación es aquella en la cual, cuando los adultos están enfrentados a los asuntos de la vida éstos reconocen que tal vez el viejo tenía razón, porque siempre dio buenos consejos, reprendió cuando era necesario hacerlo.  Pero si el padre no ha proporcionado con su conducta elementos positivos para la vida, el juicio de los hijos, que son los jueces más severos de sus padres, será muy duro y aunque la condición de hijo nunca se pierde, sí se pierde el respeto.

Este raciocinio bien puede llevarse al sector empresarial; cuando el jefe es serio, honrado, trabajador y dedicado a las tareas que le han sido encomendadas sin desvíos de clase alguna ni en sus asuntos privados ni en los públicos, lo más probable es que sus subalternos transiten por caminos semejantes. Si el jefe es descuidado en el cumplimiento de sus deberes y en su comportamiento, también es lo más probable que sus subalternos le sigan el ejemplo y se cumpla lo mencionado al principio de este escrito. Estas observaciones son válidas y de frecuente ocurrencia en el manejo de la cosa pública en la cual los cambios en la dirección, no siempre ocurren con el rigor que suele aplicarse en el sector privado en donde la eficiencia es prácticamente elemento de subsistencia.

Las controversias entre personas inteligentes son algo natural que enriquecen a quienes las siguen con interés para formarse su propio criterio con respecto a los temas que se debaten. Un pésimo ejemplo nos dan cuando van acompañadas de ofensas e insultos personales que nada tienen que ver con la sustancia de lo que se discute. Cuando esto sucede se desvirtúa el tema de la discusión y se apela a instintos primarios que pueden conducir a una polarización innecesaria entre simpatizantes de uno o de otro. ¿Será mucho pedir que nos den buen ejemplo?