Divagaciones oportunas
Los sentimientos que se prodigan entre sí los seres humanos varían entre el odio y el amor. El primero de ellos lleva consigo repugnancia, aborrecimiento, fobia, animadversión, enemistad, resentimiento y toda una serie de pasiones bajas que más mal le hacen a quien odia que al ser odiado. Contraría el mandato bíblico que dispone que los seres humanos deben amarse unos a otros. El segundo significa cariño, amistad, simpatía, ternura, atracción, adoración, idolatría, veneración, sentimientos que llevan al ser humano a estratos de nobleza superiores que elevan a quien los profesa por encima de la amistad que es inclinación, afición, apego, aprecio, simpatía, compañerismo y otros sentimientos que aunque presentes en el amor han sido superados por éste.
Los grandes santos de nuestra Santa Madre Iglesia, por ejemplo, han superado el estadio de la amistad, por el amor al Ser Supremo y a Él han entregado sus vidas sin reservas de clase alguna, hasta llegar al sacrificio.
Existen seres humanos a quienes la naturaleza y la costumbre nos obligan a amar y respetar. Los padres, los hermanos, en fin, a los miembros de la familia los amamos porque así debe ser y así se espera que sea. A pesar de eso la misma Historia Sagrada nos trae el triste episodio del primer fratricida de la humanidad quien estaba obligado a amar a su hermano. Fue castigado y así se dio el ejemplo desde tiempos inmemoriales de que esta clase de crímenes deben ser sancionados. De ahí que la sociedad se horroriza cuando es testigo de hechos de esta naturaleza y los condena severamente en todas las legislaciones del mundo. En otras palabras estamos obligados a amar a unos seres sobre los cuales no se no se ha tenido la oportunidad de escoger, como sí es el caso de otros que la vida ha puesto en nuestro camino. Si les profesamos amor, éste es de una naturaleza diferente. Se escogieron mutuamente en forma libre, se encontraron, se conocieron y llegando luego de haberse profesado una amistad, se entregaron el uno al otro sin restricciones de clase alguna. Me refiero, desde luego, a seres humanos no del sexo opuesto ya que éstos no son opuestos sino complementarios. Así fueron creados por la naturaleza, para que se complementen entre sí. Debe ser un amor sin reservas, con respeto de uno por la otra o la otra por el uno; cuando existen diferencias éstas forman parte de lo que se quiere, de suerte que el amor es integral. Es decir, como se dice en el argot popular, se quiere con ropa y todo.
Divagaciones de esta clase se ocurren por estas calendas, cuando todos nos deseamos lo mejor al finalizar un año más de vida y se inicia otro para vivir.