Alfonso Orduz Duarte | El Nuevo Siglo
Sábado, 6 de Febrero de 2016

A TRAVÉS DEL TEODOLITO

¿Persecución política?

“Es el argumento de moda para defenderse”

 

Nosotros los colombianos y,  en particular los bogotanos,  nos enorgullecemos de utilizar muy bien nuestro idioma; naturalmente tenemos algunas particularidades para el uso del mismo, giros que solamente suelen ser comprendidos por nosotros mismos o que requieren de un glosario que permita a quienes no están familiarizados con ellos,  comprender lo que se quiere decir. Es claro que eso no es una particularidad de nuestro idioma, sino que es propio de todos los idiomas. Por lo menos los que pretendo conocer a veces me dejan en babia porque no puedo entender. Es de los casos en los cuales es absolutamente inútil el uso del diccionario. Un verbo, en alemán, tiene un determinado significado, pero una vez compuesto con una preposición u otro vocablo cambia completamente su significado original; pero si a esta característica se le agrega la construcción o sintaxis del idioma que en este tipo de verbos, los compuestos, obliga a que el verbo principal se separe de la partícula que forma parte de él para cambiar su significado, la cual suele ir al final de la frase, solamente al acabar de leerla o escucharla se puede saber que se quiso decir. 

 

Esa es una de las dificultades, por ejemplo, que tienen los traductores simultáneos. Dicen los que conocen los intríngulis idiomáticos que uno es el lenguaje hablado y otro el escrito. No les falta razón porque cuando se habla sin leer lo que se quiere decir, hay que tener en cuenta que la velocidad del pensamiento supera a la de la palabra, salvo  los grandes oradores que logran coordinar estas dos velocidades. De todas maneras el hablado es mucho más espontáneo  que el escrito, pues el tiempo de reflexión no suele estar a disposición del orador. 

 

Dicen los biógrafos de Winston Churchill, quien era muy aficionado, entre otras adicciones, al tabaco, que lo usaba en las reuniones en las cuales tenía que expresar pensamiento y políticas que cuando lo iba a hacer y antes de hablar, se ponía su tabaco en la boca y el tiempo que transcurría entre aspirar y exhalar el humo de su tabaco era empleado en pensar lo que tenía que decir. Cierto o no es una confirmación de las diferencias de velocidades atrás descritas. Fuera de eso las reglas de la gramática y de la sintaxis pueden ser perdonadas a los oradores, porque no todos tienen a la mano el tabaco de Churchill.

 

Pero bueno, volviendo a los giros propios de cada idioma entre nosotros tenemos también que tener un glosario para que se entiendan pastusos con costeños, boyacenses con vallunos, en fin, entre nosotros mismos. El orgullo que tenemos por ser los mejores hispanoparlantes del continente, sin detrimento de nuestros propios giros,  es una virtud a la cual no debemos renunciar a pesar de nuestros propios modismos. Cuando un personaje de renombre nacional es objeto de algún reproche, el aludido siempre alega que quien así lo hace está inspirado en razones políticas y se atreven a llamar el caso como de persecución política. Ahora que la justicia o los entes de control han estado acuciosos o pretenden serlo, es con frecuencia que oímos esta explicación a manera de defensa, cuando ésta debe hacerse ante la justicia o ante los entes terminados en “ías.”