El club de lectura
La pertenencia a un grupo social que se caracteriza por compartir un espacio recreativo es casi una obsesión para muchos ciudadanos. En distintos ámbitos y con diversos matices es común encontrar espacios en los que dichos círculos se conforman. Por lo general, la membresía a un club denota algún tipo de prestigio social. Ya sea por habilidades (en el caso de los clubes deportivos) o por cuestiones presupuestales (cuando el costo de las acciones es descomunal). Sin embargo, aun cuando en muchos casos el factor económico haya desdibujado el sentido real de este tipo de estructura social, los clubes representan la posibilidad de compartir con otros, algún tipo de pasión. Son sinónimo de esparcimiento y recreación y permiten entablar lazos sociales de un modo radicalmente distinto al que se daría en otro contexto.
Por esto, la denominación “club de lectura” que para algunos puede parecer extraña, tiene una riqueza especial. En ellos, la membresía no exige contar con nada previo. Al contrario, entre más ligero se vaya, cuanto mejor. El único requisito de admisión es saber leer. Ni siquiera es necesario tener un vivo amor a la lectura, pues con la simple curiosidad basta para iniciar el viaje. Esa pasión -la de entrar en el mundo literario y disfrutar miles de experiencias a través de las mentes de los autores-, se contagia a la primera.
Es aún más interesante que lo central de esta experiencia no sean los libros mismos. Suena paradójico y extraño, pero se entiende cuando se descubre que en la atmósfera está la clave. Lo maravilloso de un club de lectura es tener un espacio para compartir todo lo que la lectura de un libro puede suscitar. Los sentimientos, emociones, reflexiones, descubrimientos, sorpresas que en la experiencia individual de la lectura se generan, son ya un tesoro invaluable. Cuanto más, si se entrelaza con el de otros. En este peculiar club no hace falta, como en otros, que sus miembros estén de cierto modo alineados o que entablen entre ellos una feroz competencia. Al contrario, a más diversidad, mayor riqueza; el encuentro con el mundo literario del otro invita a una relación de apertura, respeto y admiración. Son vínculos “nutritivos” (si se me permite la expresión), porque alimentan la propia lectura y con ella, la propia vida. El entorno que ofrece un club de lectura es propicio para expresar con sinceridad los propios pensamientos. Esto lo hace un espacio privilegiado en un mundo social en el cual poco o nada sabemos acerca de decir la verdad; y lo es justamente porque no es un simple “opinadero”. El diálogo que se genera es fruto del silencio y la reflexión, pues necesariamente al leer suceden estas dos cosas. La mediación de la lectura hace que la conversación tenga un eje, que aun cuando proviene de la individualidad, está ubicado fuera de cada uno, en el lugar de encuentro con los demás.
Se puede decir que un club de lectura es al libro lo que la buena mesa es a la comida. Ya en sí misma es exquisita, pero cuanto más lo será con un buen vino y una buena compañía.