ALEJANDRA FIERRO VALBUENA, PhD | El Nuevo Siglo
Sábado, 30 de Agosto de 2014

Contradicciones

 

Uno de los rasgos más representativos de la modernidad es el interés por la niñez. Suena extraño para nosotros, pensar en una sociedad que no atienda a los niños y en la que no gire en torno de ellos gran parte de las dinámicas educativas, políticas y sociales. Nuestra época podría gritar con orgullo que le ha otorgado el lugar que se merece a la infancia y que, por lo tanto, tiene garantizado un futuro mejor. Pero, como mucho de lo que pasa en nuestros días, esta afirmación contiene trampas. Si revisamos la historia, la infancia como categoría social, es relativamente nueva. Nace entre los siglos XVI y XVII acompañada de los ideales de la Ilustración. Desde luego, esto no quiere decir que no existieran niños antes. La diferencia es que, desde ese momento, comenzamos a dirigir políticas e instituciones a la regulación y orientación de estos seres, desde ámbitos distintos al que por naturaleza le corresponde: la familia.

Si bien es cierto que este invento moderno ha conseguido ofrecer nuevas oportunidades a un sector de la población vulnerable y protegerlo de abusos que el mismo progreso ha impuesto, dejando impotentes a las familias, también es cierto que sus efectos perversos están siendo más profundos de lo que alcanzaron a imaginar los soñadores ilustrados. Por ejemplo, la producción, la publicidad y el consumo han sabido aprovechar esta categoría en toda su magnitud. La mayoría de productos fabricados en masa tienen como objetivo a los niños y por tanto, la publicidad se devana los sesos ingeniando el modo de vender a los padres un mundo inimaginable de juguetes. A pesar de las políticas educativas y de los programas ecológicos que, cada vez con más fuerza, son introducidos en la educación de las nuevas generaciones, las estrategias de consumo consiguen colocar cada vez más productos en todos y cada uno de los hogares con niños. Estamos educando una nueva generación que, sobre todo, aprende a consumir.

Al mismo tiempo, a través de las campañas publicitarias y con el afán de vender cada vez más, estamos aceptando el surgimiento de múltiples categorías que, en lugar de aproximarnos a uno de los grandes valores de nuestros tiempos, a saber, la aceptación de la diferencia, nos alejan infinitamente. Es el caso de la cada vez más delimitada y caprichosa separación entre juguetes de niños y niñas. Es paradójico que justo en tiempos de LGTBIQXYZ y todas las letras subsiguientes, aumenten de manera ilógica las categorías que indican de qué se trata ser niño o niña. Aunque pensándolo bien, creo que justo dinámicas como estas, son las que nos han llevado a un grado de confusión tal, porque muy seguramente un niño que quiera jugar a ser papá o chef y se vea obligado a ir a la sección de niñas para encontrar sus juguetes sufrirá una presión social que le hará pensar que es raro y, probablemente concluirá que para sentirse bien se deberá inscribir en una nueva letra.

Nuestros niños son el futuro. Si nos tomamos en serio esta afirmación, debemos revisar el modo como intervenimos en su educación, más allá de las instituciones formales y utilizar nuestra inteligencia y creatividad, no en obligarlos a consumir sino en enseñarles a vivir.