ALEJANDRA FIERRO VALBUENA, PhD | El Nuevo Siglo
Viernes, 16 de Mayo de 2014

¿Elecciones?

 

La elección es un acto de la voluntad que, con el impulso de la inteligencia se inclina por aquello que ha comprendido como mejor entre dos opciones. Somos libres, entre otras cosas, porque tenemos capacidad de elección. Nuestro rasgo antropológico más definitivo, con respecto a otras especies, es justamente nuestra “condena” a la libertad, pues por instinto no entendemos casi nada y hasta la mínima de las acciones que conforman nuestro día a día implica elegir entre dos o más opciones.

A través de la historia, siempre ha existido el uso de la libertad política. Sin embargo, han existido sistemas en los que quienes ejercían esa libertad eran sólo unos cuantos en quienes recaía, por motivo divino casi siempre, la responsabilidad de guiar al pueblo hacia su mejor destino. De este modo, los gobernantes garantizaban (en la medida de lo posible) un uso adecuado de la libertad otorgada por el pueblo.

Pero los sistemas de este estilo han dejado de ser suficientes para el ser humano. Con la declaración de la mayoría de edad de la humanidad, aparece en el panorama una entrega de responsabilidad general. Cada ciudadano, letrado, inteligente, está en capacidad de juzgar qué decisiones se deben tomar en los gobiernos de modo que tanto sus intereses como los de su comunidad tengan cabida en las gestiones públicas.

Con este sistema político, el democrático, nos hemos comprometido los colombianos. Hemos asumido que somos un pueblo lo suficientemente maduro como para ver por sí mismo en cuanto al manejo del poder. Suponemos que la ilustración se ha llevado a cabo y que por tanto somos capaces de elegir, con inteligencia, un líder político que refleje nuestros intereses y expectativas. ¡Qué engañados estamos…! El “reality” que se ha montado en torno de las campañas políticas es solo una muestra de lo que en realidad sucede en Colombia en cuanto a democracia se refiere. El poder es el escenario del engaño. De democráticos no tenemos nada. Sin el mínimo respeto por la ciudadanía, Santos y Uribe han montado un espectáculo mediocre y ridículo para mantener entretenidas a las masas. Con ayuda de los medios de comunicación, se ha creado una artimaña de distracción que solo puede ser comparada con una pelea de gallos. Mientras tanto, candidatos con menos poder y paralizados por la mediocridad, han quedado relegados del escenario y por tanto, excluidos de las posibilidades de elección. Con esta exclusión, queda también fuera del escenario toda agenda que no tenga que ver con la guerra y la paz en términos militares.

Así las cosas, en los próximos comicios haremos cualquier cosa menos elegir, pues nuestro entendimiento y voluntad no han podido realizar plenamente su trabajo para que efectivamente el acto de votar sea un acto de libertad.

Nuevamente Colombia se enfrenta a su destino: la reelección de un Presidente a todas luces incapaz, que tiene como único mérito una promesa de paz bastante inestable; o la (re)elección del títere de Uribe y retornar a la vía de la represión y el uso de la fuerza. No se ve aún la luz al final del túnel. Seguimos estancados como país y condenados a tener los gobernantes que nos merecemos.