ALEJANDRA FIERRO VALBUENA, PhD | El Nuevo Siglo
Sábado, 17 de Agosto de 2013

La señal presidencial

 

En  estos días los noticieros radiales y televisivos, las redes sociales y los periódicos informan, como noticia de gran relevancia, el malestar presidencial en torno del servicio de telefonía celular en el país. Al parecer, el Presidente ha tenido que pasar malos ratos por culpa de su teléfono móvil. La constante caída de las llamadas lo ha llevado a twittear, con claro ánimo enardecido, que hay que hacer algo con los celulares en Colombia.

Este acto de conciencia presidencial es nítido reflejo de la actitud con que se gobierna y de la escala de valores con la que se establecen las prioridades para el país. Asimismo, el despliegue mediático y la identidad que la noticia ha despertado en el pueblo colombiano, son también una clave de comprensión de lo que aquí consideramos importante y valioso. Para Colombia, el gran problema es la ausencia de señal.

No es que a mí no me moleste que el servicio de telefonía móvil sea una tremenda estafa al consumidor. Tengo que padecer, al igual que el Presidente y millones de colombianos, la caída constante de llamadas “importantísimas”. Pero que este sea mi problema y el del país no me genera más sentimiento que el de una profunda vergüenza.

Colombia -parece redundante mencionarlo-  es uno de los países más pobres y violentos del planeta. Padecemos unos males tremendamente graves, que suponen que la vida aquí sea exponencialmente más difícil que la que ofrece cualquier otro país en el mundo. Tenemos población en alto riesgo de muerte por causa de la violencia y la ignorancia y carecemos de un sistema de educación y de salud que ofrezca a la gran mayoría el cubrimiento de las necesidades básicas. Somos uno de los países con mayor desigualdad social. Todos sabemos esto, pero al parecer, para casi ninguno es un asunto relevante.

Además de las condiciones sociales, económicas y educativas, en Colombia vivimos uno de los casos más espantosos de individualismo y ausencia de solidaridad. Algunos justifican este hecho con la teoría de la cultura del miedo. Según ésta, no vivimos para los otros por la desconfianza que nuestra situación nos ha sembrado. Puede más el instinto de conservación que los beneficios y satisfacciones del trabajo en común. Sin embargo, esta teoría se debilita cuando se constata, a través de casos como el de la señal celular, que lo que nos mueve no son los casos que implican a los otros sino aquellos en los que se ve comprometida la propia comodidad. El problema no es de miedo; es de egoísmo puro y duro.

En nuestro caso, el utilitarismo, el consumismo, el individualismo y la cultura de la comodidad se han instaurado como marco de valores ineludibles. En ello estamos educando y bajo esta perspectiva estamos gobernando. No me cabe la menor duda de que independiente del estrato social, para cada colombiano se ha convertido en prioridad tener un celular y hay mucho más esfuerzo y compromiso en alcanzar esa meta que en incorporar en la propia vida y en la de nuestros hijos un mínimo sentido de solidaridad, una conciencia de que sin los otros no hay progreso.

Señor Presidente, ojala nos preocupemos más por restaurar la señal que nos conecta humanamente con los demás.