ALEJANDRA FIERRO VALBUENA, PhD. | El Nuevo Siglo
Sábado, 1 de Junio de 2013

Macondo se desdibuja

 

Triste es que aquella poética y espléndida imagen del Macondo garciamarquiano y  la denominación de realismo mágico que se aplica a su literatura se hayan convertido en excusa perfecta para la mediocridad que caracteriza a Colombia.

Lejos de apelar  al sentido real de la figura literaria y la posibilidad de comprensión de dinámicas culturales y cosmovisiones propias de las regiones de nuestro país,  Macondo se ha convertido en la justificación de las situaciones irracionales y absurdas que en lugar de reflejar un rasgo de nuestra cultura, sólo oculta la mediocridad y la ignorancia.

Es común oír en distintos ámbitos que el hecho de levantar un costoso puente con un diseño despampanante y aplicación de tecnología de punta en ingeniería, sin que previamente se haya construido la calle donde desembocará y que por este motivo no pueda ser utilizado aún pasados varios  meses de su  construcción, sea un hecho macondiano propio del realismo mágico en el que vivimos. Triste estará el Nobel colombiano al advertir el uso que de su propuesta literaria se tiende a hacer, pues en este caso como en muchos otros es sólo una excusa para ocultar la irracionalidad del hecho y de paso justificar un vicio tan nefasto como la corrupción.

Otro tanto sucede en el ámbito de la administración pública donde en lugar de llamar a las cosas por su nombre se inventan calificativos que disfrazan y banalizan lo que realmente ha sucedido allí. Hablar del “carrusel” de la contratación, por ejemplo, refleja esta tendencia al ocultamiento de la realidad a través del uso de conceptos que maquillan el vil robo para construir una imagen rebajada que invita a comprender el hecho como si se tratara de un infantil e inocente juego.

El uso indiscriminado de estas y muchas otras figuras que ocultan la realidad lo único que consigue es que sea imposible para las personas reconocer sus errores y mediocridades. Con ello quedamos imposibilitados para el cambio, pues al acomodarnos con tranquilidad en aquel Macondo triste, construido desde nuestra mediocridad, estamos perpetuando un estado que ocluye nuestras posibilidades de hacer las cosas medianamente bien.

Vale la pena plantearse hasta qué punto esta mitificación de los países del llamado Tercer Mundo y la admiración con la que muchos extranjeros observan la cotidianidad de la vida en estas latitudes nos ha llevado a justificar situaciones y comportamientos que con el inadecuado rótulo de “folclórico” ocultan problemas que podrían resolverse con la simple aplicación de la racionalidad. En ocasiones omitimos apelar al sentido común y reclamar sobre acciones que a la vista son irracionales, porque (ya casi que de modo inconsciente) nos decimos a nosotros mismos: “qué más se puede esperar, si vivimos en Macondo…”

Ante tal situación tenemos dos urgentes tareas. La primera, el retorno a la razón. La formación de las nuevas generaciones se ve amenazada por la llamada cultura de la emotividad que los obliga a juzgar, no con la razón, sino con el variante mundo de las emociones. Por ello, la vuelta a la lógica y la lingüística es urgente. La segunda, devolverle a Macondo y al realismo mágico el lugar que les corresponde en el imaginario social y que dejemos de usarlo para justificar nuestra mediocridad.