Alejandra Fierro Valbuena, PhD | El Nuevo Siglo
Viernes, 26 de Junio de 2015

Dramas repetidos

 

Insistimos,  una y otra vez, en contarnos nuestros más terribles dramas, en repetirnos las crueles historias de quienes han encontrado la desgracia en sus vidas. ¿Por qué? Desde hace una década, la televisión decidió contar historias “reales”. Atrás quedaron los ejercicios creativos que dieron como resultado memorables telenovelas como San Tropel, Café, Caballo viejo, Los cuervos, Gallito Ramírez, o series como Don Chinche o Dejémonos de vainas, para dar paso a El capo, Escobar, el patrón del mal, y las inspiradas en vidas de artistas como Diomedes y Lady, la vendedora de rosas. Estas últimas nos recuerdan nuestros más terribles dramas. Algunos dirán que estas historias, que relatan momentos que más bien todos quisiéramos olvidar, como el asesinato de Galán, la época en la que temíamos ser alcanzados por las ondas explosivas de un carro bomba en un centro comercial o en un club, tienen una función pedagógica que es de resaltar, pues apoyan los procesos de memoria histórica tan de moda en los últimos años. Esto sería loable si las historias se contaran con esa intención. Pero lo que tenemos ahora son formatos en los que se explota una figura como protagonista. Se le exalta de tal modo que en ocasiones se convierte en un héroe. No hay duda de que lo que estamos presenciando con estas propuestas televisivas es la construcción de modelos sociales.

Estas historias, que tienen como único mérito cumplir con el anhelado requisito del alto rating, no son documentos históricos como se han pretendido vender. Tampoco dan lecciones de lo que no se debe hacer, ni enseñan, por contraste, valores vitales. Al contrario, el mensaje que difunden a las nuevas generaciones que crecen enganchadas al televisor, es que el crimen sí paga y que el mal comportamiento y la autodestrucción se justifican por el éxito “artístico”.

Esta es la escala de valores de las nuevas generaciones. Muchos Pablos, Diomedes y Ladys, que se dejan deslumbrar con el dinero y el poder y que hacen lo que sea para mantenerlo. Nos recreamos con lo más bajo de nuestra humanidad. No hay que ser muy astuto para ver que las cosas no van por buen camino. Si elegimos esos modelos de vida para contar historias, es porque reflejan lo que somos y captan de modo muy fiel lo que consideramos valioso, bueno y admirable.

No sería raro encontrar en próximas ediciones premieres con los títulos “El carrusel de los Nule” o  “Los delirios de un alcalde ególatra”. No hay casi diferencia entre la ficción y la realidad, si lo vemos en detalle. De un esquema de valores tergiversado y mezquino nos brotan los líderes y modelos en Colombia, y de este esquema seguirán surgiendo si no cortamos con la difusión y exaltación de sus fechorías.

Jugamos un papel tan importante en el devenir del país que de lo que esté en nuestras mentes, de lo que rija en nuestro imaginario dependerá nuestro destino. Se trata de sembrar buenas semillas en nuestra razón para que nuestros actos den frutos nuevos y provechosos. Contémonos historias grandes, vidas que merezcan la pena ser vividas. Exaltemos modelos que reflejen lo que queremos que sea nuestro país.