El poder de la música
El ser humano ha anhelado desde siempre un lenguaje universal. La diversidad de lenguas nos ha parecido un tremendo castigo que nos condena a la imposibilidad de comunicar y entender al otro. Desde la torre de Babel ha estado presente en nuestro imaginario, la pretensión de entendernos mutuamente y de conseguir un modo de comprender la totalidad de las cosas. Sin embargo, aun cuando nos acercamos por momentos a la imposición de una lengua universal, nuestros desacuerdos e incomprensiones aumentan día a día.
En la modernidad fue grande la esperanza fundada por la implementación del lenguaje matemático como clave para descifrar los misterios del universo. Se pensó que por vía matemática sería posible no solo desentrañar la clave de todo lo creado sino también esclarecer aquellos asuntos humanos que siempre habían representado un gran enigma. Se pensó incluso un dios compuesto matemáticamente y por tanto descifrable y reducible a una operación que serviría como llave maestra de toda pregunta.
Pero la matemática, a pesar de su poder esclarecedor, no posee habilidades comunicativas. Queda restringida a unos cuantos que la comprenden y la dominan. Pero son pocos quienes vibran con la armonía cuantitativa.
Afortunadamente, el ser humano es capaz de un modo de expresión tan complejo como la matemática misma, pero dotado de una increíble sencillez. La música se impone de modo natural como el, tan anhelado, lenguaje universal.
Hay quienes afirman que antes de desarrollar un lenguaje articulado, el ser humano primitivo se comunicaba musicalmente, con cantos y sonidos que transmitían un mensaje. Esta teoría no es del todo descabellada, si se analiza la capacidad ilimitada de la música. Es un lenguaje que apela directamente al corazón. No se necesita mediación racional, pero al mismo tiempo pone en funcionamiento la potencia intelectiva de un modo único. La música es esclarecedora porque transmite un mensaje que se comprende no sólo con una dimensión del ser humanos, sino que pone en funcionamiento todo su ser, en un conjunto armónico.
La música comunica ideas y sentimientos a la vez. Logra mover grupos inmensos de personas hacia un mismo fin. Es una experiencia individual, pero no inmanente, es decir, se puede compartir con otros sin que se pierda su esencia. De allí que haya sido y continúe siendo un recurso imprescindible en la vida social y en múltiples esferas de ésta. Es impensable, por ejemplo, una fiesta sin música, así esta no sea el fin de la reunión. Lo mismo sucede en el ámbito espiritual con la liturgia. La capacidad de elevar el espíritu que tiene la música es casi insuperable por cualquier otro producto cultural humano. En el plano educativo son cada vez más los hallazgos que demuestran el poder transmisor de ideas de la música, y los esquemas de enseñanza intentan incorporar herramientas musicales cada vez más sofisticadas.
Este poder, reconocido y exaltado por todos ha sido, paradójicamente, banalizado. Se ha utilizado para comunicar lo que no vale la pena decir. Este descuido, imperdonable, exige un rescate de lo musical en su sentido originario. No podemos permitir que una joya magnífica sea reducida al carbón. Es necesario rescatar el sentido estético en nuestra cultura y así recuperar este privilegio comunicativo.