Educación terapéutica
La era terapéutica nos ha enseñado a recurrir al especialista en caso de duda o dificultad. Si la vida del ser humano consiste en enfrentar situaciones desconocidas, tomar decisiones y salirle al paso a la adversidad, bajo la lógica terapéutica, no podríamos pasar por este mundo sin al menos haber recurrido una vez a esta técnica salvavidas. La terapia se convierte en la manera obligada de resolver problemas que, por lo demás, no son nuevos ni desconocidos para la especie humana.
La moda terapéutica inicia con la innovación que supone para la medicina, la aplicación de ciertas rutinas en la curación de lesiones o enfermedades que no se curan en corto tiempo. La propuesta no es otra que aplicar con rigor y disciplina ciertas prácticas que garantizan la consecución del resultado esperado. Nada nuevo, al parecer; sólo el entorno en el que se realiza (un aséptico hospital, por lo general) y el título de especialista que rotula a quien orienta la terapia. El éxito de este tipo de práctica pronto se expande al campo de la psicología y de allí a la educación.
Es común recomendar a quien enfrenta un dilema (o simplemente está aprendiendo a vivir) la consulta con un terapeuta. Terapia psicológica, de pareja, del lenguaje, ocupacional, neural, cognitiva… Son múltiples las alternativas que al día de hoy hemos llegado a configurar bajo esta modalidad. Cada día se multiplican las especialidades, los especialistas y desde luego, los diagnósticos que exigen recurrir a alguno de ellos.
Llama la atención la creciente necesidad terapéutica de la niñez. Una etapa vital que se caracteriza por el descubrimiento del mundo y la adquisición de las herramientas de socialización y desarrollo suele estar acompañada de inestabilidad. Es normal que un ser humano en período de aprendizaje explore el mundo y ensaye con diversos patrones de comportamiento. También es claro que, como ser humano único e irrepetible, el niño no se comporta de manera pautada ni comprende instintivamente las normas sociales y esquemas educativos en los que de golpe se encuentra viviendo. El sistema educativo actual asume, muy por el contrario, que los niños deben comportarse todos del mismo modo y que sus intereses deben estar enfocados en aquello que el manual de instrucción les indica. Cualquier desviación de lo que se supone que debe ser un comportamiento adecuado (estar sentado durante una hora oyendo a alguien repetir información o responder sin chistar a un timbre que indica dejar de jugar para volver a clase), ya es una alarma lo suficientemente grave como para suponer que necesita terapia.
La confusión ante tal sistema no solo la sufren los niños. La perplejidad de los padres es total cuando reciben como recomendación acudir al terapeuta si no quiere que su hijo sufra. La disyuntiva es, o asumir la terapia o soportar que su hijo no encaje en el sistema y comience a sufrir de desadaptación y malas notas. Nunca aparece dentro del diagnóstico “evaluar” si el sistema educativo hace o no al niño feliz.
La paradoja crece cuando se observa que el esquema educativo regulador y uniforme sigue vigente y se fortalece a través de estas prácticas terapéuticas, justo en un mundo que se jacta de haber encontrado el respeto y exaltación de las diversidades.